En los años que llevo dedicándome a la psicoterapia, he vivido muchos momentos preciosos -la mayoría. He sido testigo de profundos cambios que hacen recordarme el porqué de mi vocación. Y por otro lado, también he tenido no pocos momentos de desencanto con la profesión. Yo, que había idealizado este oficio, me encuentro también con personas que dejan el proceso antes de tiempo, se ausentan sin avisar, o cuestionan de manera implícita mi trabajo. Estoy aprendiendo con el tiempo a que las circunstancias externas no enturbien mi paz interna. Estoy aprendiendo a aceptar la frustración.
Para aprender hay que frustrarse
Inevitablemente el aprendizaje pasa por tener que frustrarse. Para aprender a hacerlo de otra manera toca ver la equivocación como parte del proceso. O sencillamente aceptar que las cosas no siempre salen como uno quiere. En el ambiente social donde vivimos reina la cultura de la inmediatez y del querer cosechar éxitos sin pasar por el fracaso.
Pero vivir la frustración nos pone irremediablemente creativos si estamos dispuestos a tolerarla y a asumirla como una parte más de la vida.
Aceptar la frustración quiere decir aceptar la vida sin más, tal como viene. Con sus momentos dulces y sus momentos amargos.
Somos responsables de la siembra, no de la cosecha
Es nuestra responsabilidad como sembradores elegir buenas semillas, buscar un buen terreno con tierra fértil y poner todo nuestro mimo y energía en que florezca aquello que con tanta expectativa hemos sembrado. Pero hay circunstancias ambientales que no podemos controlar. Pueden felizmente darse todas las circunstancias que buscábamos para que todo salga como habíamos planeado, pero también puede haber sequía o granizo. Y no es responsabilidad de la semilla ni de la tierra.
Una buena dosis de atribución interna es síntoma de salud mental. Nos ayuda a hacernos cargo de nuestra vida y decisiones. Sin embargo, conviene no pasarse de la raya, ya que el exceso de atribución interna nos hace responsabilizarnos de lo que no está en nosotros. Si nos atribuimos el cien por cien de nuestros éxitos o fracasos, estamos cayendo -seguramente sin darnos cuenta- en una omnipotencia que no se corresponde con la realidad.
Mi opinión es que la culpa y el narcisismo son dos caras de la misma moneda. Ambas funcionan con una atribución totalmente interna de lo que sucede en mi vida. Eso me impide poder afinar y darme cuenta de lo que es mío y de lo que no lo es.
El manejo de las expectativas
Las expectativas forman parte de la condición humana. Necesitamos tenerlas a la hora de proponernos metas. Nos nutren de motivación para ponernos en acción. Sin embargo, si depositamos demasiadas expectativas en algo, es muy probable que nos frustremos pronto si las cosas no salen tal y como habíamos planeado.
“Está bien que sufras alguna desventura, pues en ese momento vuelves de repente a ver con claridad ante ti. [···] Unas veces te va bien, otras mal, ¿pero merece realmente la pena dejar que el humor cambiante de cada momento te traiga loco? Cuando de una vez te olvides de ello, comprobarás que en realidad todo eso da exactamente igual.” Kodo Sawaki, maestro Zen
No es que no tengamos que tener expectativas, aunque está claro que se vive mejor sin ellas. Puede ser una alternativa saludable identificarlas cuando éstas aparecen y sin más hacernos cargo de ellas.
La decepción y frustración suele darse en grado directamente proporcional al nivel de expectativas que nos hayamos creado sobre cualquier asunto. Otro modo sano de gestionarlas es darnos cuenta de que en realidad nunca nos jugamos tanto como creemos. La vida siempre ofrece caminos diferentes que, si uno está atento, van apareciendo.
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