La soledad no elegida es una enfermedad de Occidente. A pesar de disponer de herramientas más eficaces que nunca para comunicarnos, parece que no las usamos para vincularnos nutritivamente. Esta sociedad individualista (en especial en las grandes ciudades) y la tecnología de la sobre información no nos dan demasiadas oportunidades para el encuentro. Con nuestro estilo de vida estamos sin darnos cuenta fomentando el aislamiento.
Soledad elegida y aislamiento
El aislamiento ocurre cuando la soledad no es elegida. Ya escribimos este artículo donde se hablaba de las virtudes de poder vivir momentos de soledad. Sin embargo no debemos de confundir una cosa con otra, pues el aislamiento se debe a unas condiciones estructurales en las cuales la persona acaba viviendo una soledad permanente que no elige.
Desde la época de la revolución industrial, los progresos científicos de todo tipo han sido tan grandes que nos han aportado una mucha mejor calidad de vida. Pero al mismo tiempo, la industrialización no sólo está poniendo en jaque la supervivencia del planeta, sino que nos obliga a vivir de un modo que va en contra de nuestras íntimas necesidades de vincularnos y vivir en comunidad.
Aparte de seres humanos, somos también mamíferos gregarios que precisamos del contacto. Para nuestro desarrollo, salud y supervivencia necesitamos relacionarnos con nuestros iguales. Vincularnos no es negociable, no podemos elegir no vincularnos. El aislamiento nos hace apegarnos a sucedáneos de lo relacional, lo que explica mucho del porqué de las adicciones.
Aislamiento y enfermedades
Si somos seres sociales necesitados de contacto, entonces vivir solos y aislados dañará nuestra salud mental. La soledad correlaciona fuertemente con la depresión. Pero no sólo el alma se siente herida. No estamos escindidos en cuerpo-mente, así que nuestro cuerpo también se resiente, y mucho.
Existen numerosos estudios que vinculan soledad con mayor riesgo de mortalidad. Como el tabaco, la soledad perjudica seriamente la salud. Este artículo expone diferentes estudios que enseñan la gran relación que existe entre el aislamiento y todo tipo de enfermedades. Lo llamativo del asunto (o quizás no tanto) es que el sistema cardiovascular es el más afectado. Hay trabajos que hablan del aislamiento como causante de un incremento del 30 % de probabilidad de sufrir una enfermedad cerebrovascular o cardiaca. Parece además que la soledad no elegida también debilita bastante nuestro sistema inmune, reduciendo la efectividad de los mecanismos protectores.
El gobierno del Reino Unido ha sido el primero en darse cuenta del problema de salud pública que significa la soledad, especialmente en personas mayores. Por ello, para paliar en la medida de lo posible sus efectos ha decidido crear un Ministerio de la Soledad. Parece que los poderes públicos están empezando en atender un mal social que nos afecta a todos.
¿Qué podemos hacer?
Es cierto que el aislamiento humano obedece a causas más estructurales que personales. La política tiene la gran responsabilidad de tomar cartas en el asunto. Y al mismo tiempo no podemos olvidar que somos las personas que hacemos la sociedad. Cada uno debemos preguntarnos qué podemos aportar y cuál es el granito de arena que podemos poner para frenar esta enfermedad social.
En algún momento de nuestras vidas seguramente habremos sentido el dolor de la soledad no elegida. Si es así, lo sano sería reconocerse en la necesidad de contacto e intentar buscar espacios de relación nutritiva. En medio del desierto relacional hay lugares que hacen de oasis. Uno de esos lugares son los espacios piscoterapeuticos. Si bien la psicoterapia no está pensada para paliar la soledad de manera directa, sí es un espacio vincular (especialmente la terapia grupal) que ofrece herramientas para salir al mundo de otro modo. Si en terapia individual se dice que es el vínculo (la relación) lo que cura, la terapia grupal nos proporciona un lugar donde podemos vincularnos con los otros y construir relaciones más auténticas.
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