Enseñar a vivir
La enseñanza es la labor de transmitir, de dotar al otro. Aprender es adquirir, enriquecerme con nuevos elementos. Generalmente pensamos que ambas se restringen al espacio del aula, y sin embargo se hacen presentes en todas las cosas y nos envuelven como la luz del día.
En muchas ocasiones la escuela ha enseñado unos conocimientos desconectados de la vida, mientras en el camino que recorremos día a día nos encontramos con retos y dificultades ante las que no tenemos respuesta y nos sentimos confundidos o angustiados. Hay personas que encontramos que nos irán ayudando a iluminar el camino. Unas veces nos acompañarán durante un largo tramo (como nuestra familia) y otras veces serán visitantes ocasionales (quizá una pareja, un compañero de trabajo o un terapeuta).
Las situaciones que vivimos en compañía nos enriquecen porque el otro me muestra la parte del camino que él ve y que yo no soy capaz de intuir. Si miro a mi alrededor y conecto con la realidad, puedo nutrirme de todo lo que me rodea.
El primer lugar donde aprendemos a vivir es la familia. De la mano de un adulto iniciamos el viaje de la existencia. La familia se puede implicar en la enseñanza del niño, creando un vínculo y un flujo constante: el adulto aprende enseñando y el niño enseña aprendiendo. Nadie puede observar y conocer mejor los talentos genuinos de los niños que su propio entorno, por eso es importante poder estar ahí, presentes a través del juego o del cuento. Porque los padres o los abuelos tenemos muchas cosas que aportar, aunque no sepamos de matemáticas o de idiomas.
Crecemos y comenzamos a descubrir solos nuestro propio camino, a elegirlo, a irlo construyendo con nuestros pasos. Podemos encontrar piedras, malas hierbas, dificultades, pero con el tiempo nos vamos dotando de cosas útiles (nuestra mochila se va llenando) para enfrentarme a lo que vaya descubriendo.
La experiencia es eso, una mochila más completa a nuestra espalda, con un chubasquero si llueve, un sombrero si hace sol o un arma para defenderme ante un ataque. Charles Chaplin decía:“No me quiten mis errores, es lo único que tengo para aprender”
Este viaje que es la vida también nos acoge amorosamente; No se trata de empujar el río, sino de ir quitando las piedras que impiden que fluya; lo demás irá surgiendo de forma natural.
El cuento, el instrumento más antiguo del arte de enseñar
El cuento guarda una sabiduría ancestral. Su estructura suele ser: personaje + conflicto + solución (nacimiento + muerte + renacimiento). El cuento nos recuerda algo que está escrito en nuestros genes: en la herida está el camino del aprendizaje. Casi siempre el héroe se enfrenta a los obstáculos de la vida haciéndose más sabio.
Al igual que los sueños, los cuentos guardan mensajes escondidos en forma de símbolos, que conectan con nuestra parte más profunda. El caballero se enfrenta al dragón (un obstáculo aparece en nuestra vida), los niños Hansel y Gretel están perdidos en el bosque y tienen que seguir un camino peligroso (conecta con nuestros sentimientos de soledad, abandono, vulnerabilidad y miedo).
Los cuentos han sido usados por la humanidad a lo largo de la historia como una verdadera medicina sanadora, que ayuda a superar los miedos o nos sirve de refugio. Los conflictos que nos acontecen contienen sus propias respuestas, que podemos encontrar si los enfocamos, no como callejones sin salida, sino como oportunidades para crecer. Por ejemplo, una enfermedad podría ser la señal de que no estoy durmiendo lo que mi cuerpo necesita.
Enseñar siempre
¿Cómo enseñamos? No somos meros contadores de la teoría que se recoge en los libros. Somos “cuentacuentos”: transmitimos con la actitud, el gesto, la palabra, la sonrisa, el aliento al otro… Nuestra experiencia y devenir vital nos dan la llave: mi historia puede apoyar a la historia que el otro está construyendo. La pasión, como una llama encendida, nos da energía, recubre de sentido los contenidos que quiero transmitir y los hace nuestros. Y, mágicamente, los demás también los hacen suyos. Así, todos nos volvemos más humanos en el proceso de enseñar y de aprender.
Aprender y Enseñar son dos caras de la misma moneda, como el ying y el yang. Fluyen y se nutren mutuamente.
Lo que en un momento es mi aprendizaje más tarde se transforma en una enseñanza para el otro. Una persona que da y a su vez recibe del que recibe que a su vez da.
Seamos capaces de saber esperar y de permitir que cada persona crezca autónomamente, contando con los apoyos necesarios, descubriendo su propio proceso y sus propias capacidades, para que existan cada vez más personas caminando hacia su realización ¿Cuál es la forma de evolucionar en la dirección correcta? Yo creo que crear una educación más consciente.
“Todos somos maestros y alumnos. Pregúntate: ¿qué vine a aprender aquí y que vine a enseñar?”
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