La presencia y atención en la primera infancia por parte de los adultos son fundamentales para el desarrollo óptimo de las personas. Los seres humanos cuando nacemos somos profundamente dependientes del los cuidados y la atención de los adultos para poder sobrevivir: las necesidades físicas y psicológicas inevitablemente deben ser cubiertas y atendidas por los progenitores o cuidadores de referencia. Es prácticamente imposible que un bebé pueda comer o dormir solo sin la ayuda de un adulto.
Los primeros años de la vida de una persona son fundamentales para el desarrollo físico, social, emocional y cognitivo posterior.
Las necesidades emocionales
Los bebés lloran porque tienen hambre, sueño, frío, calor o porque quieren brazos, ¿por qué no le damos a todas estas necesidades la misma importancia para crecer y desarrollarse?
Tanto comer y como la atención en la primera infancia por parte de los adultos son necesidades igual de importantes, sin embargo no se cuestiona la primera y sí la segunda, ¿a qué se debe? ¿Tendrá que ver que todavía, a día de hoy, las necesidades emocionales siguen ocupando un segundo plano? ¿Acaso estas no influyen en nuestra manera de ser y relacionarnos con el mundo? ¿Todavía seguimos pensando que “eso” no tiene ningún tipo de repercusión en el futuro? ¿Se sentirá igual un adulto que haya percibido cuidados y atención en la primera infancia que otro que haya sentido abandono y desatención?
Necesitamos que nos acunen, que nos consuelen, que nos sonrían; sentirnos, a través de esas actitudes, aceptados y protegidos.
La presencia y atención en la primera infancia
Los bebés cuando tienen hambre piden comida, comen y se satisfacen, no comen hasta reventar. Con la presencia y atención ocurre lo mismo, la piden cuando la necesitan hasta que se satisfacen; pero esta segunda cuestión nos asusta pensando que nunca se van a satisfacer, ¿y eso? ¿De dónde viene eso? ¿Quién nos ha contado semejante idea? ¿Estará relacionado este aspecto con la famosa idea de que eso es “malcriarlos” o “tomarnos el pelo”?
Cuando les hablamos y miramos sonríen porque les gusta, y esto es tan necesario para su desarrollo como el juego o el sueño.
La presencia, el estar ahí acompañando a una criatura, implica disponibilidad. No es lo mismo estar frente a alguien mirando el móvil que estar frente a alguien mirándoles a los ojos.
La mala fama de “querer llamar la atención”
Parece que el querer que nuestros padres nos miren fuera algo “malo”. Si uno quiere llamar la atención, primero es porque no se siente atendido, por lo tanto habrá que atenderlo.
Normalmente señalamos al pequeño diciendo que “siempre está igual”, “venga, otra vez quieres que te mire”, como si el problema lo tuviera él. En realidad algo está sucediendo en la relación que no se está sintiendo atendido, y sería interesante cuestionarnos cuál es nuestro grado de disponibilidad; igual estamos atravesando una época muy estresante y no estamos pudiendo estar muy presentes, y no pasa nada, pero no es lo mismo darse cuenta de eso e incluso poder verbalizarlo con el niño “claro cariño, es que estoy todo el día trabajando y quieres que esté un rato contigo” que decirle “eres un pesado”.
Atender las necesidades emocionales de los más pequeños nada tiene que ver fomentar lo que comúnmente se llama “ser el centro de atención”, de hecho casi sería todo lo contrario: relacionarnos con él como la persona que es y a la vez estar disponibles a sus demandas y necesidades.
A más dependencia, mayor independencia.
Parece paradójico, pero cuanto más dependientes les consideremos en épocas tempranas (en torno a los tres primeros años) más independientes serán en el futuro. Cuando sienten que tienen a sus padres ahí, presentes y disponibles (lo cual les hace percibir el mundo como un lugar seguro) desarrollan la seguridad necesaria para salir al mundo y explorar.
Considerarlos dependientes en los primeros años nada tiene que ver con la sobreprotección. La demanada de atención y presencia irá disminuyendo progresivamente a lo largo de los años.
Un pequeño ejercicio
Las obligaciones y el frenético ritmo del día a día muchas veces nos impiden mostrarnos disponibles hacia nuestros hijos, por ello estaría bien que un ratito cada día (unos cinco minutos) nos sentáramos frente a nuestros hijos y les mirásemos, sin hablar, sin dirigir el juego, observarles “siendo” mientras ellos juegan o nos dan juguetes o nos piden abrazos, respondiendo a eso que nos piden.
Aquí te dejo un vídeo de una conferencia del pediatra Carlos González sobre necesidades afectivas.
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