Nuestro autoconcepto y autoestima se forman en relación con los otros. Nos construimos a través de los otros, y la mayoría de veces acabamos creyendo que somos aquello que nos decían que éramos: “eres un desastre”, “no sabes hacer nada”. O intentamos a toda costa cumplir con aquello que nos dicen que debemos ser o hacer para sentirnos queridos.
¿Qué son los introyectos?
Los introyectos son creencias que hemos adquirido desde la infancia por parte de personas con cierta relevancia de nuestro alrededor (madre, padre, maestro, etc.) que condicionan e influyen en nuestra personalidad. Estas creencias suelen ser del tipo “deberías”, “tendrías que”. Un ejemplo sería “los hombres no lloran”.
Nuestras voces internas
Las cosas que nos decían mamá, papá y otras figuras de referencia cuando éramos pequeños, a medida que crecemos se convierten en nuestras propias voces internas. Sin darnos cuenta nos las tragamos hasta hacerlas nuestras: “soy un desastre”, “no valgo para nada”, “digo muchas tonterías” “soy un vago” “para que me quieran les debo hacer reír”. ¿Cuántas veces nos hemos sorprendido a nosotros mismos hablándonos como nos hablaba nuestra madre o padre?
La importancia de los introyectos para la socialización
Nuestros padres son los modelos y figuras de referencia con las que salimos al mundo. Ellos nos dicen cómo es y con qué nos vamos a encontrar en las relaciones de amistad (“ten cuidado y no seas de bueno tonto”), en las relaciones de pareja (“tienes que hacerte de respetar”), en el trabajo (“tienes que aguantar lo que haga falta”), etc., en base a sus experiencias junto con las ideas y mensajes que a su vez incorporaron de sus padres. Son nuestros agentes de socialización primaria, por lo tanto son figuras indispensables. Posteriormente, desde la escuela y otros espacios vamos tragándonos sin masticar otros mensajes acerca de nosotros y de cómo es el mundo.
Cuando somos niños no tenemos ni la capacidad ni la experiencia suficiente para elegir qué consideramos adecuado y qué no, por lo que tragamos sin más. Asumimos sin resistencia y sin prácticamente darnos cuenta esos mensajes, siendo este proceso totalmente necesario para tener una estructura y una base en nuestras relaciones con el mundo, pero de adultos sí podemos cuestionar y elegir internamente estos modelos.
Una vez que nos convertimos en adultos podemos analizar e identificar la adecuación de los mismos, y sobre todo, cuando esos mensajes lejos de ayudarnos a desarrollarnos nos entorpecen y nos hacen sentir mal.
La rigidez de los mensajes
Muchas de las formas de funcionar que hemos introyectado en la infancia se asientan y se vuelven rígidas, proporcionándonos una visión reducida del mundo que, la mayoría de veces, en lugar de facilitarnos nos entorpecen la vida y nos hacen sufrir.
Es importante emprender en algún momento de nuestra vida un proceso en el que distingamos qué mensajes sí queremos hacer nuestros y cuáles no, qué mensajes nos sirven para vivir nuestra vida de manera satisfactoria y según nuestras circunstancias reales y cuáles no, entendiendo que esas ideas son de nuestros padres en base a su experiencia de vida y no nuestras ni desde nuestra experiencia. Si esos mensajes nos los hemos tragado tal cual en algún momento de nuestra vida, el proceso sería identificarlos y “masticarlos”, ver de dónde vienen y qué parte sí queremos y qué parte desechamos.
Volviendo al ejemplo del principio en el que nombraba la expresión tan común de “los hombres no lloran”, ¿qué le pasa a un hombre que crece con este mandato cuando necesita llorar? Entra en conflicto la creencia tan arraigada con su necesidad actual, lo cual le hace sentirse “mal”, “culpable”, “menos hombre”, “avergonzado”, porque en algún momento le dijeron que eso “no era adecuado, eso no estaba bien”. Y pensándolo en este momento, ¿es cierto que el que un hombre llore es inadecuado? Evidentemente la respuesta es NO, pero inevitablemente desde la experiencia de esa persona será una situación que le provocará sufrimiento y le llevará a contener el llanto o esconderse para que no le vean sin darse permiso a dejarse acompañar en una situación dolorosa que le provoque llanto.
¿Y a ti cómo te dijeron que eras o tenías que ser? ¿Qué te contaron acerca del mundo? ¿Y de la vida? ¿Cuáles son tus introyectos?
“Somos lo que queremos ser de lo que han hecho de nosotros”
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