A veces es a través de libros que leo desde donde me inspiro para los artículos. Estos días me estoy leyendo Bailar con la soledad de J.M Rodríguez Olaizola. Tiene un capítulo llamado La sociedad de la (in) comunicación, en el que habla de la triste paradoja del monstruo de la soledad en un mundo tan interconectado. Y es que, a pesar de todas las facilidades que tenemos para estar tan conectados, nos sentimos más solos y desconectados que nunca. Es el virus de la cibersoledad.
Cibersoledad y pobreza de vínculos
La sociedad de la tecnología genera necesidades que antes no existían. Y quien no se adapte a esos requerimientos queda prácticamente excluido. ¿Quién podría hoy permitirse no tener (por ejemplo) teléfono móvil ni correo electrónico sin temer al aislamiento? La mala noticia es que no por estar a la última en redes sociales o tener el último “gadget” uno queda fuera de la sensación de soledad.
Y es que han mejorado los medios para comunicarse, pero parece que la calidad de comunicación es cada vez más pobre. Y cuando hablo de calidad me refiero a una comunicación verdaderamente humana, que acompañe y arrope. Algunos recordarán una noticia espeluznante. Se trataba de un hombre con síndrome de Diógenes que murió solo, rodeado de soledad y basura. Sin embargo tenía más de 3.000 amigos en facebook e interactuaba con otras personas todos los días.
Existe, por ejemplo, un fenómeno incómodo que todos hemos sufrido (y seguro que hecho) en algún momento. Se trata del “phubbing“, resultante de mezclar las palabras “phone” y “snubbing” (ninguneo en inglés). Es la típica situación de estar hablando con una persona y que atienda al móvil para dejarte con la palabra en la boca. Se genera un corte instantáneo en la comunicación, en donde ocurre una desinfle en el contacto real. Y todos sabemos que no es lo mismo hablar para quien nos presta su atención que para quien está en otros asuntos.
Sucedáneos del contacto real
La cibersoledad nos calma y a la vez nos deja con sed de un contacto verdadero. Tener un móvil en la mano allá donde vayamos nos alivia de nuestro miedo al vacío y nos palia la sensación tan humana de la soledad. Pero es un sucedáneo del contacto que nutre y abriga. Con el móvil siempre a cuestas uno no se siente del todo solo pero tampoco del todo acompañado.
Es sabido que estas personas tan mediáticas llamadas “influencers” tapan una realidad que no quieren mostrar. Muestran una vida llena de colores y pretendida felicidad. Pero si uno rasca lo suficiente puede intuir toda la soledad y aislamiento que hay detrás, a pesar de ser admirados por miles de personas. Aislamiento, porque la vanidad que se premia en las redes les impide mostrarse humanos y verdaderos. Y por tanto no puede haber un contacto real.
Es tentador poner este problema fuera de uno, como si lo sufrieran los otros y no uno mismo. Creo que todo el mundo en mayor o menor grado estamos contagiados por el virus de la cibersoledad. Nos toca poner mucha atención a de qué manera vinculamos con los otros. Y quizás, sabiendo de la capacidad tan aislante y adictiva de lo tecnológico, buscar a propósito espacios libres de esa influencia.
Cibersoledad y terapia gestalt
La terapia gestalt (y toda psicoterapia), promueve el vínculo basado en el contacto entre dos o más humanos. Se da una importancia clave al vínculo terapéutico en los procesos. Y para eso hace falta que se generen las condiciones necesarias para un contacto verdadero. Yo mismo tengo que confesar que para mí es muy terapéutico dejar aparcado el móvil en lo que estoy trabajando. Y es que por lo general el contacto humano, sincero y honesto nos “carga las pilas”.
Cuando pienso en este fenómeno de la cibersoledad, me viene muy claramente el mecanismo neurótico de la deflexión. Es una forma de enfriar y desinflar el contacto con el otro (reírme cuando cuento algo doloroso, la verborrea, evitar el contacto visual, etc). Este mecanismo genera un aburrimiento en la relación. Y por supuesto que la deflexión es también estar permanentemente conectado a alguna pantalla, que a su vez nos desconecta de quien tenemos al lado.
Nos toca aceptar que no podemos salir del uso tecnológico si queremos sentirnos incluídos socialmente. Y a la vez es bueno que cada uno tome conciencia de cómo uno se engancha y aísla en ese mundo virtual. Es sólo asumiendo la dificultad como podemos atravesarla.
- Septiembre, ¿el verdadero año nuevo? - 29/08/2023
- ¿Debería todo el mundo ir a terapia? - 05/08/2023
- El efecto Pigmalión - 09/06/2023