Me miro al espejo y no reconozco mi rostro: las primeras canas, esas arrugas alrededor de los ojos que ayer no estaban. Ya no me siento cómoda con la ropa que antes me gustaba. Estoy triste todo el día, apática. No tengo ganas de ver a mis amigos y me esfuerzo por sonreír o participar en esa conversación que en otro momento me divertía tanto. Hay días en los que solo quiero estar en casa acurrucada debajo de una manta, en los que cualquier cosa por pequeña que sea me supone un gran desafío. Me cuesta levantarme de la cama y no encuentro sentido a mis actividades cotidianas.
¿He perdido el rumbo de mi vida? ¿Hacia dónde me dirijo?
En continuo cambio
A lo largo de nuestra vida vamos experimentando una serie de cambios, tanto del ambiente que nos rodea (amigos, pareja, lugar de residencia,..) como de nosotros mismos (nuestra imagen cuando envejecemos o nuestro cuerpo si gana unos kilos).
Algunos cambios son intencionales cuando los buscamos o provocamos , pero pueden suponer una crisis porque nos superan. Nos sentimos abrumados, que nuestros conocimientos y destrezas son insuficientes para afrontar lo que nos ocurre.
Crisis evolutivas y crisis vitales
Las crisis vitales se presentan de la mano de situaciones que me vienen dadas. Son procesos de cambio no intencional. Frecuentemente aparecen de manera imprevista, como la muerte de un ser querido, una enfermedad, ruptura de pareja o despido del puesto de trabajo.
Las crisis evolutivas aparecen en determinados periodos de nuestra vida, marcados por cambios en nuestro desarrollo natural como seres humanos. Aunque sabemos que estos cambios (la adolescencia, la constitución de una familia o la jubilación) son esperables, nos pillan desprevenidos y nos sentimos incapaces de aceptarlos.
El paso por estas etapas no implica siempre una crisis, dependerá de aspectos tales como características de personalidad, historia biográfica o de nuestro ambiente en ese momento .
Las crisis son inevitablemente parte de nuestras vidas: nacemos y somos separados del vientre protector de nuestra madre; crecemos y tenemos que aprender a ser autónomos; envejecemos y sufrimos el dolor por el deterioro de nuestro cuerpo.
Sabemos que todo eso sucede y sin embargo nos cuesta aceptarlo cuando somos nosotros quienes lo padecemos. La experiencia de la crisis es solitaria. Cuando se sufre nos sentimos aislados y únicos.
El control
Nunca sabemos qué sucederá exactamente mañana. Los acontecimientos que hacen que nuestra vida cambie de repente y tome un nuevo rumbo suelen traernos angustia, y nos sentirnos vulnerables. Para defendernos de esto necesitamos creer que podemos controlar las cosas.
El control nos da seguridad ante la vida, aunque es una fantasía, tan irreal como un espejismo: ¿cuántas veces un viaje no se corresponde con el planning previo, aunque haya sido calculado en detalle?
El control guarda una estrecha relación con la omnipotencia, con creer que lo puedo todo, que soy capaz siempre, si me esfuerzo lo suficiente. Y esto se une inevitablemente con la autoexigencia (“tengo que hacer”, “debo de”)
Aferrarnos al control frente a una crisis significa chocarnos contra un muro, enfrentarnos a la realidad; negarnos a atravesar el dolor para llegar a otro lugar. La aceptación es el primer paso para percibir otras posibilidades y alternativas.
Si dejo a un lado el control y me dejo fluir confiando es un momento altamente creativo. Experimento y me permito cometer errores. Cuando suelto el control puedo disfrutar del proceso que me hará crecer.
¿Por qué nos cuesta tanto reconocer que la vida es insegura? Sencillamente porque no estamos preparados para la pérdida.
Crisis como oportunidad
Vivimos de forma automatizada y orientada al exterior, sumergidos en un ritmo frenético . Si tomo conciencia del lugar que ocupo, vuelvo la vista al camino recorrido, miro hacia delante y vislumbro mis objetivos todavía no alcanzados, puedo sentir dolor y frustración al hacer un balance de mi vida.
Quizá es la primera vez que tomo conciencia de mí de una forma auténtica: un momento de contacto con el propio ser, con mi esencia única como ser humano.
La crisis me obliga a hacer un stop en el camino, a dirigir la atención hacia mí y reflexionar: ¿quién soy y quién quiero ser?, ¿dónde estoy y hacia dónde quiero ir?
Es una oportunidad para cambiar, para relacionarme de otra manera, para sacar lo irrelevante de mi vida, para participar como artista en el lienzo de mi propia existencia.
Curiosamente, en chino las palabras que designan crisis y oportunidad comparten el 50% de los ideogramas que representan ambos términos:
危 机 (Crisis) 机 会 (Oportunidad)
Las crisis se nos presentan como amenazas y comportan sufrimiento. Por eso, es importante el apoyo de los otros, ser consciente de mi necesidad y saber transmitirla. Tender la mano hacia el otro, pidiendo ayuda, es reconocer mi finitud y vulnerabilidad. Sostenerme en la mano del otro es tomar conciencia de mi fuerza renovada.
“No pararme en lo que he perdido, en lo que nunca tuve. Quiero mirar hacia delante e imaginar: ¿qué puedo crear con lo que tengo?”
El cortometraje “El Circo de la Mariposa” nos invita a reflexionar sobre crisis creativamente transformadas y bellamente vividas:
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