Ya hemos hablado en este blog de la culpa. Hoy quiero introducir un punto de vista complementario. Quiero hablar de la culpa sana.
El concepto de culpa es algo tan complejo, amplio y con tantas visiones diferentes, que este artículo no puede recoger toda la profundidad que merece. Aún así procuraré sintetizar lo mejor posible diversas ideas sobre algo tan nuclear en nuestra existencia humana.
La culpa neurótica
Aunque nuestro sistema de valores está en metamorfosis, no hay que olvidar que venimos de una cultura en donde la religión ha tenido un excesivo peso social y usado sus principios morales como herramientas de poder. Generar culpa por tanto se ha convertido en un “magnífico” instrumento de control.
La culpa neurótica tiene mucho que ver con mensajes sociales, culturales y familiares que tragamos sin digerir. Se llaman introyectos, y forman nuestro super-yo (o top dog en gestalt). Así, hemos ido elaborando inconscientemente una voz interna moralista y rígida que nos acusa y descalifica cuando no hacemos lo que “deberíamos“. Esta culpa es ese “Pepito Grillo” que siempre nos recuerda “cómo hay que hacer las cosas“.
Culpa y vergüenza
En la opinión de algunos autores, la culpa neurótica está mucho más cerca de la vergüenza de lo que podríamos imaginar. Según Fernández Abascal y col. , “La vergüenza surge cuando se da una evaluación negativa del yo de carácter global. La experiencia fenomenológica de la persona que experimenta vergüenza es el deseo de esconderse, de desaparecer.” La vergüenza nos conecta con el desagradable sentimiento de sentirnos inadecuados.
Por ello, la culpa neurótica está muy ligada a la experiencia de vergüenza. No consiste solo en una valoración negativa de las acciones. Ataca frontalmente a nuestro autoconcepto y autoestima.
Culpa y resentimiento
Tratándose esta culpa de una emoción tan desagradable y dañina, reducirla es sin duda uno de los objetivos a trabajar en psicoterapia.
En terapia gestalt trabajamos la culpa de diferentes formas. Una de ellas es examinando qué voz tiene: donde y de quién fue aprendida y qué me está diciendo. Otro modo es partiendo de la premisa de que detrás de la culpa normalmente se esconde mucho resentimiento. Se trataría de un mecanismo llamado retroflexión: un enfado que usamos hacia adentro por no expresarlo hacia afuera. El antídoto es que la persona se permita expresar el enfado hacia donde corresponda en lugar de dirigirlo hacia adentro.
La culpa sana
Sin embargo, hay otro tipo de culpa que pone el enfoque en la relación con el otro. La culpa sana no está tan relacionada con valores morales, sino con algo tan humano como la empatía. Este tipo de culpa no tiene nada que ver con una norma transgredida. Sentirla nace de la consciencia de ver el sufrimiento del otro en mis acciones.
Diría que en nuestra relaciones es inevitable dañar en algún momento a los demás. Sea bien con la conciencia de dañar, o por errores que proceden de la ignorancia o inconsciencia. La culpa sana nace por tanto de nuestro deseo de querer reparar un daño causado. Desde el reconocimiento de que determinada conducta ha causado daño en otra persona, estoy aceptando mi imperfección, ampliando el conocimiento de mi y dándome la oportunidad de limpiar mi relación con el otro.
En un artículo previo, ya hablaba de la responsabilidad en terapia gestalt y la diferencia con la culpa neurótica. Mientras que la culpa neurótica nos acusa y nos pone una losa, la culpa sana nos hace responsables de nuestra conducta. Y por tanto nos da la oportunidad de hacerlo de manera distinta.
La culpa sana es también importante trabajarla en terapia, especialmente con personas que están menos en contacto con sentimientos de empatía. Hay personas que tienden a funcionar con una mayor autoindulgencia que otras y es importante que en su proceso puedan aprender a ver a los demás con mayor resonancia emocional.
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