Me gustaría compartir una experiencia reciente, que tiene que ver tanto con la vida como con hacer terapia. Hace unos días hice un viaje a Galicia, donde caminé durante 4 días desde Santiago a Finisterre (lo que fue durante mucho tiempo “el fin del mundo conocido”).
Camino como meditación
El caminar puede ser una actividad meditativa. Dando un paso cada vez, centrándonos en el presente. La mente se aquieta. Es más fácil no perdernos en nuestros pensamientos pues estamos cansados y nuestra mente se centra en la tarea que estamos realizando: caminar. Se silencia el “ruido mental”. Y se abre el espacio interior. Mi Yo.
También nos conecta con nuestro cuerpo a través de una mayor conciencia corporal. Primero a través de mis dolores, quizá incluso ampollas en los pies, ¿estoy cansada?, ¿necesito parar?
Otro suceso sorprendente es que nuestros sentidos se amplifican. La percepción puede hacerse más potente. Puedo sentir que escucho o veo con más agudeza.
El camino es metáfora de vida
Esta experiencia es como una lupa, que me permite una percepción ampliada de la vida.
Como hago una caminata larga, así “recorro” mi vida:
¿Voy apresuradamente, queriendo llegar pronto a mi destino?
¿Camino despacio, disfrutando del paisaje?
¿Me cuesta caminar sola y en silencio?, ¿Prefiero estar acompañada?
¿Voy con la mirada fija en el suelo?, (…)
Os animo a reflexionar sobre ello, ¿cómo lo hacéis? …
Experiencia terapéutica
Caminar puede proporcionarnos bienestar, ser una actividad sanadora del alma. Aunque estemos cansados y tengamos los pies doloridos, nuestra mente puede descansar y nos distanciamos de nuestro entorno habitual (el trabajo, la familia, la ciudad,…).
Las diferentes experiencias que vamos encontrando en el camino nos permiten nueva perspectiva y quizá dar sentido a nuestras preguntas vitales o los problemas que dejamos en casa. Durante años para muchas personas las peregrinaciones han tenido también este sentido. Son “las señales del Camino”.
Acompañamiento
En El Camino, como en la Vida, nunca camino sola. Siempre encontraré personas delante de mí o tras mis huellas. Habrá quienes me acompañen un trecho y puede llegar un momento en el que vayamos a diferentes ritmos o nuestros caminos se separen.
También puedo pedir ayuda. Alguien cercano, un amigo o por ejemplo si decido acudir a terapia. Será un apoyo aquí y ahora. En el acompañamiento el otro no recorre el camino por mi (no me dice lo que tengo que hacer) sino que me hace más llevadero el recorrido en compañía, me ofrece un bastón, una cura de mis pies cansados o un poco de chocolate para energetizarme.
Finisterre. El final de la tierra conocida
Finis Terrae (en latín “donde acaba la tierra”). Destino de rutas milenarias de peregrinaje. Simboliza el final (de lo conocido, de lo viejo) y el principio (de lo desconocido, de lo nuevo).
Llegar a Finisterre, sentir el fuerte viento en la cara, el mar embravecido, significa llegar al final de mis viejas pautas y rutinas, de mis mecanismos de defensa. Dejarlos atrás, despedirme de ellos, agradecerles para lo que me sirvieron en el pasado.
Y darle la bienvenida a lo que está por llegar, al futuro, a un nuevo camino, … en fin, ¡a mi crecimiento personal!
Os regalo una bella canción, basada en un poema de Antonio Machado, cuya letra resume muchas de las sensaciones que tuve en esta maravillosa travesía, El Camino desde Santiago a Finisterre. Agradezco de corazón la experiencia y a las personas que me acompañaron. ¡Buen Camino!
Caminante no hay Camino. Juan Manuel Serrat:
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