Los seres humanos estamos diseñados por la evolución para formar parte de los grupos pues ello posibilita la supervivencia. El sistema de apego del que ya hemos hablado en otras ocasiones es uno de los mecanismos evolutivos seleccionados para tal fin, también lo es la gran sensibilidad que las personas muestran frente a la exclusión.
El ostracismo
En la antigua Grecia se castigaba a los ciudadanos con el ostracismo o destierro, pues con ello se condenaba a al sufrimiento y potencialmente a la muerte. Actualmente con este término nos referimos a la situación de exclusión frente a un grupo.
El aislamiento suele imponerse a la persona que no es grata o bienvenida, lo cual procesado de manera favorable puede contribuir al crecimiento personal dado que puede llevar a que se cuestione un comportamiento dañino para el grupo; sin embargo la sensibilidad extrema a la exclusión puede llevarnos a interpretar erróneamente la realidad.
El dolor de la exclusión
Las investigaciones de Kipling D. williams, profesor en la Universidad Purdue de Indiana, apuntan a que las personas sufrimos con el hecho de ser excluidos incluso si no conocemos a las personas que nos ignoran (por ejemplo en redes sociales y juegos de ordenador), y que tales situaciones activan las mismas áreas cerebrales que responden ante el dolor; es decir la exclusión es registrada por el cerebro como dolor físico, de modo que se ha descubierto que los analgésicos aminoran el impacto de la separación social.
Los resultados muestran que el dolor afecta por igual independientemente del estilo de personalidad, si bien los seres humanos diferimos en cuanto a la capacidad para recuperarnos del rechazo: las personas con mejor autoestima, extrovertidas y con más apoyo social se recuperan antes.
Los celos y el sentimiento de exclusión
Cuando existe una mayor tendencia a los celos, uno es más susceptible de sentirse excluido ante situaciones que no necesariamente significan exclusión, rechazo o abandono.
Imaginemos un grupo de tres amigas: con mi amiga A comparto la afición a ir de compras, mientras con mi amiga B puedo charlar de temas profundos y a su vez ellas entre sí disfrutan con los partidos de fútbol cosa que a mí no me agrada tanto.
Cuando ellas queden para ver partidos sin invitarme puedo sentirme excluida, lo cual activará automáticamente un sentimiendo de dolor, en parte porque mi organismo está programado genéticamente para ello, aunque también pueden influir aprendizajes de experiencias anteriores en las que me pude sentir excluida y que me causaron sufrimiento.
El error sería atribuir el rechazo a toda mi persona, dado que la exclusión se refiere a una situación puntual. De igual modo si a mí me apetece mayor intimidad con una de ellas ya que quiero ir de compras, o me apetece hablar de temas profundos, ello no significa que he dejado de querer a la otra amiga y que la rechazaré para siempre.
Aliviar el dolor de la exclusión
La toma de conciencia y los diálogos positivos internos ayudan. En casos de ostracismo o exclusión, reflexionar en qué estamos fallando nos permite crecer como personas y favorecer el ser incluidos nuevamente en el mismo grupo pidiendo disculpas, o en uno nuevo.
En el caso del ejemplo que pongo con las amigas, puedo pensar fríamente y tranquilizarme no haciendo del rechazo algo masivo, sino comprendiendo que ellas pueden necesitar intimidad en un momento dado y que no se pone en peligro el vínculo conmigo. Otra opción sería autoincluirme: “eh chicas, que esta vez me apunto al fútbol”.
Además, reavivar lazos con antiguos amigos o con la familia ayuda a recuperar la sensación de pertenencia y nutrir la autoestima.
La otra cara de la adaptación social
Quiero matizar que asimilar cualquier comportamiento con tal de no ser excluido no es deseable psicológicamente, estoy pensando ahora en grupos en los que la delincuencia o el consumo excesivo de drogas, por señalar algunos ejemplos, son señas de identidad. No siempre es el individuo el equivocado y aveces ser excluido de ciertos grupos puede ser una suerte, pese al dolor que ello nos ocasione.
Convivir con los celos
Los celos son completamente naturales en el ser humano y además cumplen funciones socialmente favorables, como por ejemplo proteger una pareja de amenazas exteriores o conectarnos con el deseo de ser mejores personas. Querer dejar de sentir celos es un esfuerzo perdido además de poco recomendable.
Quizá más interesante que no sentirlos pueda ser el aprender a expresarlos sin hacer daño y encontrar maneras saludables de convivir con ellos, por ejemplo redirigiendo nuestra atención hacia otras personas, intereses y deseos.
Frente al dolor de la exclusión pregúntate que puedes aprender para mejorar tu situación, y acepta que pertenecer a los grupos implica tener cierta tolerancia y resilencia ante situaciones en las que no somos incluidos.
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