La incondicionalidad en el amor raras veces sucede, y podemos dar cuenta de cómo nos hemos criado con diversos condicionamientos en nuestra educación. Sentíamos que no bastaba ser queridos por el hecho de Ser, sino que para ello teníamos que hacer y “merecer” ese afecto. Estos condicionamientos son transmitidos sin conciencia de generación en generación.
Hoy quiero tocar uno de ellos, y no por casualidad, si no porque toca en asuntos biográficos. Quiero hablar de la enorme pesadez que significa vivir como un “niño bueno” en la adultez.
¿Cómo se hace el niño bueno?
Si uno ha sentido que para ser querido tiene que ser “buen chico”, o directamente ha sido reforzado con las “buenas” conductas, y además cualquier indicio de rebeldía o límites ha sido censurado, entonces se darán todas las condiciones para en el futuro manejarse desde el personaje.
Uno desde ahí aprende a eliminar de sí todo lo que implique “maldad”. Esa “maldad” puede interpretarse de diferentes maneras, pero sobre todo tiene la forma del deseo instintivo y la agresividad. ¿Esto implica que esas partes son eliminadas de sí? En absoluto, pero sí han sido negadas, escondidas en un cajón, porque en realidad instinto y agresividad están en la naturaleza y al servicio de la vida. Como tal están programadas genéticamente en nuestro organismo.
Como mostrar esas partes va a generar angustia y culpa, entonces sucede que hay una enorme cantidad de energía ocupándose de que no aflore (metafóricamente sería como si Bambi estuviera conteniendo a King Kong), lo que implica rigidez, tensión corporal y una sensación interna de inautenticidad hacia el exterior.
Así, uno aprende a identificarse solo con una cara de la moneda; un personaje monolítico que tiene que complacer, no puede enfadarse ni mostrar su deseo. Entonces uno se especializa en agradar a los demás, seducir, sonreír, o parecer disponible.
La cara oculta de la complacencia
Pero tras la complacencia se esconde mucho resentimiento, complaciendo al otro me quedo resentido porque dejo de atenderme y porque de modo inconsciente espero que cuando lo necesite el otro también lo haga. Pero dejar de ser complaciente asusta mucho porque es un terreno desconocido en donde viven fantasmas y además rompe de raíz con el autoconcepto. Saber decir “No” cuando soy fiel a mis necesidades o deseos implica vivir de modo más auténtico en la vida, y además ahora el “Sí” tiene mucho más valor. Cuando digo “Sí” ya no es desde el miedo o la complacencia, si no desde una fidelidad hacia mi y una auténtica generosidad hacia el otro.
Integrando
Al “niño bueno” le puede costar admitir que hay partes de su conducta que pueden hacer daño a otros. Sentirse “malo” es una experiencia angustiosa y se va a intentar enmendar el error. Conviene sostenerse, sin culpa, pero con responsabilidad. No somos ni ángeles ni demonios -quizás sí las dos cosas-, pero a veces hacemos daño a los demás, y esto, en las relaciones humanas es inevitable.
Cuando éramos niños quizás no hubo mucha opción de elegir ni de poner límites. Aunque es una obviedad, lleva tiempo darse cuenta que como adultos podemos elegir. Toca entonces integrar al “niño bueno” con el “buen salvaje”, poner límites, y aprender poco a poco a sostenernos y responsabilizarnos de nuestras decisiones. Aunque al mundo no le parezca bien.
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