Al final la terapia no trata más que de buscar herramientas que nos ayuden a sacar a la luz aquello que necesita ser dicho. Y que pueda ser escuchado con empatía (entendemos aquí heridas como: “Aquello que aflige y atormenta el ánimo”).
Estos dos pasitos nos vuelven fértiles.
“El trauma no es lo que nos ocurre, si no lo que mantenemos dentro a falta de un testigo empático” Peter Levine.
Poder decir lo nunca dicho. Mostrar nuestras heridas. Descubrir carencias escondidas. Saber que ahí duele aunque no entendamos por qué.
Y entonces, a través de la mirada, el vinculo, y la palabra del otro comenzar a comprender.
La comprensión de una mirada amiga me lleva a mi propia comprensión, a recolocar lo vivido: las interpretaciones heredadas, los patrones inconscientes (personales y familiares), las defensas construidas que hoy no necesito. Si descubro lo que me faltó puedo dármelo.
Esto viví, esto aprendí. Esto necesité.
¿En qué momento lo nuestro no fue importante? ¿En qué momento nadie supo escucharnos, ni vernos?
Necesitamos mirarlo a través de una nueva luz, comprendiéndolo al fin. Reparando todos los caminos que quedaron prohibidos, como la defensa, la agresividad y la validez de lo propio, o la ternura, la vulnerabilidad y la confianza.
Vamos a reconocer la herida y sus implicaciones en nuestra manera de ver el mundo, de comportarnos, de vincularnos, de escondernos o de ponernos en peligro.
Heridas carenciales.
Se dan en un vinculo pasivo-dependiente (bebes). Es decir, cuando dependemos completamente de que el otro sepa leer lo que necesitamos.
Herida esquizoide: esta herida habla de una carencia de seguridad. Cuando el entorno se vive como algo amenazante el miedo hace surgir la defensa de “aislamiento”. En este caso nos protegemos del peligro del mundo aislándonos de él. Por tanto, no aprendemos a vincularnos de manera satisfactoria.
Herida melancólica: aparece frente a una necesidad afectiva no cubierta. Si no recibimos el amor y el abrazo que necesitábamos la pena es tan grande que integramos la idea de no merecer cariño, para evitar esa tristeza y no volver a sentir el rechazo.
Herida narcisista: en este caso falta el sentimiento de ser valioso. Aparece el sentimiento de humillación y el correspondiente dolor que se transforma en agresividad-rabia hacia los demás para proteger la fragilidad de nuestra autovaloración.
Heridas opresivas
Se dan en un vinculo activo-dependiente, cuando el niño (ya no bebe) necesita alguien que le acompañe para comenzar a hacer, explorar y descubrir.
Herida de hiperexigencia: encontramos aquí un gran temor frente al error, acompañado de la culpa por el sentimiento de imperfección. Para hacer frente a la culpa echamos mano del control, tanto del mundo interno como del externo.
Herida de hiperprotección: el abrazo del otro me incapacita y siento que mis capacidades no son suficientes. Así, en lugar de hacer, pido que me hagan, evito, pospongo.
Herida de represión: si mi propio deseo se convierte en algo malo, prohibido, dañino, utilizaré la seducción para convertir mi deseo en el deseo del otro. La culpa es por tanto, quien dirige mis acciones.
Herranz T. (2014) “Psicoterapia con niños y psicodrama: La cura por la alegría”. Madrid: Sintesis
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