Jóvenes de espíritu
Madurez muchas veces es sinónimo de responsabilidad, pero no entendida como algo negativo (un peso o una carga) sino como la capacidad de decidir sobre la propia vida, tomar las riendas, de colocarme en el mundo, de empoderarme.
La juventud se asocia a nuestro cuerpo y edad. Pero nuestro espíritu también nos hace jóvenes en nuestra manera de enfrentar la vida, para seguir sorprendiéndonos, con ganas de aprender, de ilusionarnos. Poder para tejer con los múltiples colores y tejidos de nuestra experiencia de vida, con creatividad.
El pensamiento oriental compara al joven con un bambú, como algo flexible. Pero el árbol adulto es el que puede dar frutos, el que es lo suficientemente fuerte como para mantenerse hibernando, con raíces firmemente sujetas en el suelo. A veces nos falta verlo, tomar conciencia de nuestras propias herramientas, pero siempre están ahí, como resultado de nuestra historia personal.
Un organismo en desarrollo lucha por crecer, por llegar a su máximo potencial. Es en gran medida muy dependiente de un apoyo externo para ir creciendo. Un organismo maduro, ha llegado a la plenitud en cuanto a sus capacidades, aunque a veces no podemos contactar con ellas. Es autónomo, pero esto no significa que no sea dependiente de los demás, sino que puede buscar sus propios apoyos ahí donde los necesita. Es fuerte y capaz de seguir creciendo hasta el final de sus días.
¿Por qué nos sentimos viejos?
Asociamos la vejez a que el cuerpo se va deteriorando, periodo anterior a la muerte, enfermedades asociadas, inservible, caducado, edad avanzada, gastado por el uso. En definitiva, perdida del potencial de adaptación del individuo a los factores que influyen sobre él. A veces nos sentimos así aunque cronológicamente no nos encontremos en esta etapa. Hay distintas razones para esto: una crisis (sensación de estancamiento), una enfermedad (que nos puede enfrentar a nuestra finitud como seres humanos), el fin de una etapa vital o incluso el ser conscientes de nuestros límites .
Mitos sobre la madurez
Invulnerabilidad:
Se tiende a pensar que la madurez nos coloca por encima del bien y del mal, como si lo bueno y lo malo fueran cosas de niños. Como si lleváramos de alguna manera un escudo que nos protege de todo. Realmente no es cierto, ya que el individuo adulto ve y reconoce sus debilidades y límites.
Infalibilidad:
Otra idea errónea es que la madurez nos da la posesión de todas las respuestas. Frente a esto, cuanto más madura es una persona, con mayor humildad reconoce su propia ignorancia y errores. Todos podemos equivocarnos.
Inflexibilidad:
Tendemos , equivocadamente, a creer que la madurez consiste en comportarnos con seriedad y rigidez. Como si el reír, el gozar de las cosas sencillas y el saber relativizar los problemas fuesen signos de inmadurez. Lo hermoso de la madurez es su armonía. Armonía para saber cuándo es tiempo de ponerse serio y cuándo tomar las cosas con tranquilidad. Madurez significa tener la capacidad para discernir entre un tiempo y otro, y para saber lo que conviene en cada ocasión. No llevar la vida con superficialidad sino guiarse por principios claros.
Siempre podemos seguir aprendiendo
Muchas veces, cuando nos encontramos en la madurez pensamos que nuestra vida ya está escrita y que no podemos hacer nada por cambiarla. Pero podemos construir nuestra vida e ir modificando cosas de nuestra construcción pasada.
Hay investigaciones demuestran que se crean nuevas neuronas durante toda la vida
Siempre estamos creciendo y siempre somos capaces de ir probando cosas nuevas. A veces el sentimiento de “esto va a ser siempre así” o “no voy a cambiar” nos inunda por las emociones que sentimos en ese momento, como si todo resultase más difícil. Pero no somos realmente nosotros o nuestro potencial sino las circunstancias que nos rodean que pesan mucho y nos hacen sentirnos como anclados (condiciones laborales difíciles, estrés, problemas familiares o con la pareja) Y eso es así porque en cada momento sentimos lo que vivimos con la intensidad de nuestras emociones. Pero todo pasa, los buenos y los malos momentos. Estamos en continuo movimiento, como un rio. Siempre somos el mismo rio pero a la vez en cada momento somos un río diferente, porque el agua siempre se está moviendo y nunca permanece estática , ni siquiera cuando tenemos la sensación de que nuestra vida está estancada.
Es importante que no nos olvidemos de que podemos seguir jugando toda la vida. Lo lúdico cumple una función importante en nuestro desarrollo, también de adultos.
La experiencia como un gran recurso
Pensamos que en la juventud somos capaces de todo y que con el paso del tiempo podemos hacer menos cosas, pero esto solo es verdad en parte. Hay cosas que solo podemos llegar a conseguir con cierta madurez, porque tenemos una visión o perspectiva más amplia y más recursos. También hay cosas que para alcanzarlas es más importante el esfuerzo y disciplina que la fuerza o vigor. Esto es así en disciplinas como el yoga.
En la juventud nos enfrentamos con un gran desconocimiento de nosotros mismos, que sufrimos grandes cambios en poco tiempo: de lo que nos rodea, del entorno y también de los otros. La experiencia nos da pistas sobre lo que nos hace bien.
Si conectamos con nosotros, con nuestras necesidades y deseos, seremos capaces de ver hacia dónde queremos crecer, el lugar donde queremos hacerlo y las personas que nos es beneficioso tener cerca
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