En la vida normalmente funcionamos de un modo emocionalmente limitado. Nuestros condicionamientos y pequeños (o grandes) traumas en el desarrollo nos hicieron cercenar parte de nuestro mundo emocional para adaptarnos y buscar el amor. Así que, ya como adultos nos encontramos con bloqueos emocionales a los que no sabemos darles salida. Y para ello necesitamos darle espacio a la expresión emocional.
La cortesía emocional
Como ya hablamos en el artículo anterior, parece que hubiera emociones (como la alegría) que fueran más válidas que otras (como la tristeza o el miedo). Sin embargo no es cierto. La función sana de las emociones es la de adaptarse a la situación que toca en cada momento. De hecho, el término “emoción” viene del latín, y su palabra raíz es emotio, que se deriva del verbo emovere. Es una palabra que por tanto se relaciona con el estar en movimiento.
Parece que vivimos en un mundo de cortesía donde la verdadera expresión emocional apenas tiene lugar. Si ahora mismo alguien nos pregunta, “¿qué tal?”, seguramente nuestra respuesta automática sea “¡Bien!”. No quiero decir con esto que tengamos que contarle nuestra vida a alguien que tan sólo está siendo cortés. Pero sí es importante darnos cuenta que socialmente apenas damos espacio a expresar matices emocionales que puedan ir más allá de lo automático.
La falta de educación en las emociones ha contribuido sin duda a nuestras dificultades de expresión. Por suerte, cada vez más, la educación en inteligencia emocional está calando poco a poco en el sistema escolar.
Las emociones en mujeres y hombres
Aún teniendo a disposición todo el abanico a nuestro alcance para expresar, hemos sufrido de restricciones en nuestra expresión emocional desde pequeños. En términos generales, a los hombres se nos enseña a reprimir las lágrimas (“los niños no lloran”). Llorar va en contra de la representación patriarcal que hemos construido de hombre. De la misma manera, a las mujeres desde niñas apenas se les da espacio para expresar la rabia u otras emociones consideradas “masculinas”.
De este modo, nos hemos acostumbrado a funcionar emocionalmente de un modo estereotipado. En terapia a veces puedo ver con interés que la expresión emocional habitual puede estar tapando otras emociones, quizás más auténticas. Es llamativo ver como, a veces, detrás de la expresión de tristeza puede esconderse rabia no expresada. Y lo mismo al revés. La rabia puede estar expresándose por la dificultad de llorar y sentir tristeza.
Abrir el abanico emocional
Sin duda, uno de los factores principales que median en el cambio de un proceso de psicoterapia es la expresión emocional. La posibilidad de generar un espacio de desahogo, donde se exprese lo pendiente o no expresado, es terapeutico en sí mismo.
Sin embargo, la terapia también es buen lugar para probar y ampliar otras formas diferentes de lo acostumbrado. Si me cuesta sentir y expresar la rabia quizás es porque aprendí que rabiosa no me iban a querer. Puedo entonces probar e intentar expresarla a ver qué me pasa. Si me cuesta expresar la tristeza porque me tragué que “hay que estar bien”, puedo intentar darle más espacio a esa emoción e investigar qué sucede internamente.
Algo dentro de uno se va ampliando cuando nos damos la oportunidad de salir de nuestro lugar habitual de expresión.
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