Hemos aprendido que lo normal equivale a lo correcto. Quizás por una necesidad tan humana de pertenencia al grupo, queremos acercarnos a la normalidad para no sentirnos excluidos.
El sustantivo “normal” tiene varias acepciones en la RAE. Dos de ellas se refieren a la normalidad como “lo que sirve de norma o regla, y que por su naturaleza, forma o magnitud, se ajusta a ciertas normas fijadas de antemano”. Parece entonces que el concepto de normalidad es subjetivo. Y siempre va a depender de un contexto cultural e histórico que marca la diferenciación entre lo que es y no es normal.
Y a la vez de nuestra necesidad de pertenecer, tenemos la necesidad de individuación. Esto es, de sentirnos con el derecho a la diferencia y poder tener un lugar en el grupo. Las sociedades y grupos más democráticos estarán más abiertos a esa posibilidad, mientras que los más rígidos y controladores condenarán la diversidad y excluirán al diferente.
Así que en definitiva, necesitamos formar parte y sentirnos al mismo tiempo diferentes.
Lo normal no equivale a lo mejor
Es normal usar plástico, pero no es lo mejor para el planeta.
Es normal comer animales, pero no es lo mejor para ellos (ni para nosotros)
Es normal que los hombres dominen, pero no es lo mejor para nuestra sociedad.
Es normal que la política sea un negocio, pero no es lo mejor para el país.
Es normal estar estresados, pero no es lo mejor para nuestro cuerpo.
Es normal comprar y acumular sin sentido, pero no es lo mejor para nuestra felicidad.
Hemos crecido con la idea de que seguir la normalidad es lo que está bien, e incluso lo que es sano. Pienso que durante demasiado tiempo, la investigación psicológica ha puesto demasiado énfasis en diferenciar lo que es normal de lo que no lo es, dándole la etiqueta de patológico o desadaptado a lo que se sale de lo estadísticamente normal o de lo que reúne los criterios del último manual de psicopatología.
Pero lo normal no tiene porqué equivaler necesariamente a lo sano, así como lo que se sale de la norma a lo psicopatológico. Bien es cierto que una buena adaptación al entorno es síntoma de buena salud mental, ya que el principio darwiniano de adaptación al medio es fundamental para la supervivencia del individuo.
Pero por otro lado, la sobreadaptación (que hace de la necesidad de pertenencia la única necesidad) trae también consecuencias dolorosas para la persona. Hay ciertos caracteres que se forman través de la obediencia, la “bondad” o un exceso de adaptabilidad como estrategias de adaptación para obtener el amor. Pero esto no implica mayor salud o felicidad. Al contrario puede suponer un sentirse falso, inauténtico o falto de espontaneidad, pues se está renunciando a la necesidad de diferenciarse con el fin de obtener amor.
Atrevernos a ser menos normales y más nosotros
Reconozco que está muy manida la frase de “Sé tu mismo”. Pero es en realidad una de las cosas más importantes que pretendemos los terapeutas. El reto podría ser lograr ser uno mismo y a la vez lograr una cierta adaptación social. Para ello necesitamos flexibilizar nuestras estrategias de adaptación e incorporar nuevas experiencias mientras nos damos permiso para conocernos y dejarnos ser quienes somos.
La palabra “normal” es una que usan algunas personas que vienen a consulta. Suele usarse como sinónimo de correcto y a veces es un arma juiciosa arrojadiza, bien sobre uno o los demás. Pero esta palabra en realidad no define gran cosa e invito a desterrarla para sustituirla por definiciones que puedan explicar mejor su realidad.
Querer acercarse demasiado a la normalidad puede encadenar y amordazar. Intentar nuevas formas de estar y ser en el mundo que conlleven salirse de lo convencional nos puede aportar mucho crecimiento y darnos una nueva perspectiva sobre nosotros.
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