Queremos darle continuidad a los artículos dedicados a las emociones con mala prensa. Ya hemos escrito sobre la vergüenza y la ira. Y esta vez queremos hablar sobre la tristeza.
En parte, la mala prensa que tienen éstas y otras emociones tendría que ver con la etiqueta que se les pone de “negativas”. Pero, en realidad, toda emoción es adaptativa dentro de su contexto y tocaría más bien hablar de emociones agradables o desagradables.
La función de la tristeza
La tristeza aparece ante situaciones que nos suponen pérdida o algún daño. Y dado que estamos “diseñados” para sentirla, tiene su función adaptativa. Esta emoción tiende a frenar nuestro ritmo, impidiendo un derroche innecesario de energía en los momentos que no hay un plan de acción eficaz. Tiene una función introspectiva y reflexiva importante: nos permite parar, escucharnos, descansar y entrar en intimidad con nosotros.
También puede tener la función de búsqueda de apoyo social. Cuando nos permitimos mostrar nuestra vulnerabilidad, ciertas personas de nuestro entorno pueden darnos el apoyo y cobijo afectivo que necesitamos. La expresión de esta emoción en lo grupal puede reforzar los vínculos sociales, fortaleciendo una unión más real y verdadera.
Tristeza no es depresión
Muchas veces habremos escuchado eso de “Si me dejo estar triste me voy a deprimir”. Bajo esa creencia y una obligación social que a veces uno percibe de “tener que ser positivo”, podemos reprimir esta y otras emociones. Sucede entonces que nos ponemos evitativos e intentamos tapar de nuestra conciencia los eventos privados que nos son desagradables: es lo que se llama la evitación experiencial. Y paradójicamente, cuanto más evitemos nuestras emociones, sean las que sean, estaremos más vulnerables frente a la ansiedad o la depresión.
La tristeza se ha considerado mucho tiempo como la cenicienta de las emociones negativas, ya que su interés en la investigación se ha polarizado hacia su faceta más patológica. Existe por tanto una confusión grande generalizada entre la tristeza y la depresión. Pero son fenómenos diferentes. La primera es una emoción más, mientras que la depresión es un trastorno complejo donde hay muchos otros síntomas, dentro de los cuales la tristeza puede estar o no.
La tristeza en sí misma no es un problema, sino más bien, el modo inadecuado de relacionarnos con ella. Son muchos los mensajes que hemos recibido a lo largo de nuestra sociabilización que nos hacen creer que la tristeza puede ser una emoción inadecuada.
La positividad tóxica
Ya hemos hablado otras veces de lo tiránico que puede resultar “tener” que ser positivos por decreto. La alegría es una emoción maravillosa, pero el problema es cuando en nombre de querer estar bien, reprimimos estados emocionales “no positivos”. Son varios los riesgos de la positividad tóxica, entre los cuales están el deterioro en la salud mental, aislamiento, problemas de comunicación y la evasión del daño real.
La realidad es que es imposible estar felices siempre. Y en este ambiente “Mr Wonderful” en el que estamos inmersos (y que las redes sociales fomentan mucho), no nos da el permiso para expresar sentimientos de tristeza o vulnerabilidad. Y no por reprimir algo significa que no esté. Al contrario, paradójicamente se hace más presente, ya que se enquista porque no podemos expresarlo sanamente.
Aprendiendo a relacionarme con mi tristeza
Es importante saber que cualquier emoción que sintamos tiene su inicio y su final. Cuando interrumpo la expresión de la emoción es que hago que se enquiste, al tiempo que no permito la sana autorregulación de mi cuerpo. Es fundamental desde ahí dejarme en paz y validarme mi tristeza y vulnerabilidad, en especial si vengo de un relato biográfico en el que he sentido que no podía estar triste.
La tristeza tiene un potencial vinculador y reparador potente cuando a nivel colectivo nos damos permiso para sentirla. Expresar esta emoción tiene la virtud de limpiarnos internamente, y nos ayuda a soltar lastre y dejar ir.
¿Sientes que no sabes relacionarte de forma amigable con tu tristeza? En Concienciarte estamos para acompañarte.
Bibliografía:
- Fernández-Abascal et al (2010). Psicología de la emoción. Editorial Universitaria Ramón Areces.
- Septiembre, ¿el verdadero año nuevo? - 29/08/2023
- ¿Debería todo el mundo ir a terapia? - 05/08/2023
- El efecto Pigmalión - 09/06/2023