¡Cúrame ya!: La angustia y la exigencia del paciente
Las preguntas en terapia son fundamentales. En la primera sesión con mis pacientes es habitual que pregunte qué esperan de la terapia. Las respuestas casi siempre van orientadas hacia los síntomas, quítame la ansiedad ó cúrame la depresión, a lo que respondo:
“La terapia es un proceso que en gran medida depende del trabajo que la persona quiera hacer consigo misma, no es como cuando se va al médico que uno se toma una pastillita, y en muchos casos ya está”.
La necesidad de “resolver ya” del que consulta es contraproducente pues no permite poner el foco en lo profundo. La angustia lleva a querer que alguien resuelva desde afuera, dé soluciones y respuestas rápidas, y en última instancia “salve”.
El terapeuta debe explicar la importancia de que el paciente encuentre sus propias respuestas y recursos, ayudándole a transitar esa primera fase de frustración en la que no le dá exactamente lo que pide, pero sí le da algo que le ayuda a crecer y a expandirse: una pregunta que abre puertas, un espacio para pensar su vida.
Devolver a la persona que viene a consulta su responsabilidad en el proceso le empodera y le devuelve la riendas de su vida.
Los psicólogos no somos adivinos: La pregunta es la herramienta fundamental de trabajo del terapeuta.
Cuando en mi vida privada me preguntan por mi profesión y digo que soy psicóloga, habitualmente se espera de mi que de consejos o resuleva problemas con fórmulas mágicas. Existe la creencia de que nosotros miramos a los ojos y ya podemos ver los más íntimos recobecos del laberinto que cada ser humano tiene en su cabeza. ¡Ojalá!
El primer paso en todo proceso es conocer a la persona que tengo delante y para ello el camino es preguntar, preguntar y preguntar. No me interesa solamente lo relativo al síntoma, me interesa todo, la persona en su conjunto, cómo se mueve, en qué entorno, cómo ha llegado a ser quién es, qué aspectos de la vida le producen sufrimiento, las angustias, los vacíos, los recursos. Miro la expresión corporal, lo que siento en la relación con ella, todo suma. La curiosidad es mi brújula, los conocimientos que he ido adquiriendo mi mapa (siempre recordando que el mapa no es el territorio).
Los terapeutas promueven el crecimiento personal e intentan no anular.
Cada vez que me anticipo y doy una respuesta, me pregunto si le estoy robando a la persona que tengo enfrente la posibilidad de alcanzar su propio insight, su propia solución. Cada vez me recuerdo a mi misma que el crecimiento es desde el interior y no se puede forzar a una semilla a que germine, pues ella tiene su proceso.
Quizá sea más lento a los ojos de algunos, pero a mi parecer también más sólido. El protagonista es el paciente y mi misión es ayudarle a recuperar su sabiduría interior. Cuando yo me convierto en (o intento ser) esa “sabelotodo” que en muchas ocasiones se espera de mí, en realidad estoy privando al otro de que se empodere como tal. Entonces, cada vez que me despisto y caigo en la tentación de convertirme en una bola mágica, vuelvo a las preguntas.
Metáfora de la papilla (Winnicott)
Cuando una madre da de comer a su bebé, acerca la cuchara y es éste el que termina de aproximar la boca para tomar el alimento; la madre no fuerza, no mete la cuchara en la boca del hijo invadiéndole y frustrando su propio ritmo. De éste modo incita en el niño la curiosidad por un proceso que no tiene que ver solamente con comer sino con nutrirse, ayudándole a ser un agente activo en su alimentación y no un bebé pasivo y sumiso que se lo traga todo.
Del mismo modo el terapeuta promueve esa curiosidad y que la persona se ponga activa con su propio crecimiento. Las preguntas en terapia son como este gesto de acercar la cuchara.
La salud psicológica no tiene nada que ver con ser un “buen paciente” que se lo traga todo, sino con construir una subjetividad propia, una visión del mundo particular y única, conectada con las propias necesidades, y esto se construye en la relación persona a persona que se establece entre terapeuta y paciente por medio del diálogo.
La pregunta enfoca la atención
Las preguntas en terapia son como el haz de luz de una linterna, ayuda a que el paciente pueda observar zonas concretas de su self en las que no había reparado. El terapeuta busca enfocarse en las preguntas existenciales, y no solamente en los síntomas.
La humildad del terapeuta es clave, no existe una solución única a un problema, sino que existen tantas soluciones como personas, y cada uno deberá poner en marcha su propia creatividad para encontrarlas. La responsabilidad en contraposición al enfoque médico clásico es del paciente, quien se convierte en un agente fundamental en el proceso de su propia sanación.
No digo con esto que en ocasiones no haya que aportar cierto contenido, o cierta pedagogía, ya que la construcción de la persona ocurre en ambos sentidos: de dentro a fuera, y de fuera a dentro. En lo que insisto es que el protagonista de la terapia es el paciente y no el terapeuta, y que cuando el terapeuta ocupa ese rol de “gurú” o de “sabio”, de alguna forma quita el espacio al paciente. Si el terapeuta habla más que el usuario durante la sesión, cabría preguntarse ¿al servicio de quién está siendo la terapia?.
Para cerrar recalcar que muchas veces lo importante no es saber la respuesta, sino sostener una buena pregunta que nos ayude a mirar con profundidad, el tiempo que sea necesario. Las respuestas pueden aliviar momentáneamente, pero no solucionan, además promueven una relación de dependencia a largo plazo. El crecimiento pasa por un proceso mas largo y profundo, y tiene que ver más con aprender a sostener la angustia y la incertidumbre que conllevan el vivir, que con saber cosas.
Artículo basado en diversas supervisiones con Borja Aula, terapeuta de Instituto de Psicoterapia Gestalt.