Los límites son restricciones, “topes”, que de alguna manera llevamos a cabo en la relación con nuestros hijos, y son imprescindibles tanto para su desarrollo físico, psíquico como social.
Vivir significa estar limitado
Los límites forman parte de la vida, y son necesarios para que pueda existir el encuentro y la convivencia con los demás. Los límites nos protegen y cuidan, nos ayudan a respetar y reconocer la existencia de un otro. Los límites nos permiten crecer y desarrollarnos, nos guían y orientan, y además nos organizan.
Reconocer nuestros propios límites y aprender a poner límites claros con firmeza, tranquilidad y sin manipulación proporciona al niño experiencias de seguridad y confianza, además de despertar la creatividad.
Un límite como “no pegar o no insultar” protege al niño y también a su entorno, fomenta la convivencia y el respeto por uno mismo y por los demás.
¿Dónde está el límite?
Existen muchos miedos en torno a marcar unos límites claros a los niños. En el intento de educar a nuestros hijos de una manera diferente a cómo lo hicieron con nosotros e intentar relacionarnos con ellos desde otro sitio, el miedo a sentirnos “malos padres“, el sentimiento de culpa por no proporcionarles el entorno “perfecto” para crecer, el miedo a no ser cariñosos y eso choque con nuestra imgen de “padres modélicos”, que nos rechacen y no nos quieran, o incluso el no haber tenido una experiencia en la que hayamos sentido que nuestros límites estaban claros, son cuestiones que florecen en la dificultad de establecer límites claros y firmes.
Estas dificultades tienen que ver con nosotros mismos, por ello cabe preguntarse: ¿Cómo vivo yo mis propias limitaciones (cuando enfermo, cuando estoy cansado/a, cuando no sale algo como deseo, etc.)? ¿Qué me pasa cuándo digo “no”, cómo me siento? ¿Qué me pasa cuándo me dicen “no”, cómo me siento?
¿Son iguales todos los límites?
No todos los límites son iguales, algunos tienen que ver con “grandes normas” que regulan y permiten la convivencia (no pegar, no insultar, etc.); otros límites tienen que ver con deseos de los niños que a veces van a poder llevarse a cabo y otras veces no (comer cinco helados, quedarse a dormir a casa de algún amigo/a, etc.); y un tercer tipo de límite tiene que ver con los límites personales que a uno le hace ser uno y permite diferenciarse del otro (otros ritmos, gustos, etc.) y construyen su identidad.
Excepto en el primer tipo de límites (“grandes normas”) que suelen ser más universales e incluso suelen estar fijados externamente, los otros dos tipos de límites, sobre todo los que tienen que ver con los deseos de los niños, más que una referencia externa requieren un acto de reflexión por parte de los adultos para establecer cuando sí y cuando no marcarlo. El límite nos invita a pensar y evaluar las necesidades que en ese momento tenemos como adulto y cuáles está teniendo el niño, y han de estar orientados al bien común. Por ejemplo si el niño quiere algo que es demasiado caro y eso requiere un esfuerzo y ajuste importante en la economía familiar el hecho de complacerle no estaría orientado hacia el bien de todos.
Es interesante plantearse algunas cuestiones como: ¿El límite que planteo es una limitación real y pretende proteger de un daño, o pretendo instaurar disciplina a los niños? ¿Es lo mismo los límites que la obediencia? ¿Para qué pretendo que me tenga que hacer caso en todo?
La frustración
Los límites son necesarios, lo que sucede es que frustran y al frustrarnos nos duele y nos enfadamos. A veces la falta de claridad y la dificultad de sostener el enfado por parte de los adultos unidas a la frustración por parte del niño hace que perdamos de vista que el límite duele e ignoremos su dolor pretendiendo resolver rápido. Más que adultos que desvíen nuestra atención hacia otro sitio, cuando somos niños necesitamos adultos que nos acompañen en nuestro dolor, que nos calmen y nos sotengan, y calmar no significa ceder.
Entender que llore porque se frustra sin por ello ceder es una manera de acompañar en la ardua experiencia frustrante.
También es necesario que a ciertas edades y con ciertos límites (no dormir entre semana en casa de amigos, por ejemplo) exista cierta posibilidad de negociar, ya que una cosa es firmeza y claridad y otra es rigidez, y cuando los límites son rígidos suelen provocar rebeldía.
Te dejo un vídeo de Carlos González sobre los límites:
[youtube w=”420″ h=”315″] http://www.youtube.com/watch?v=wW5LdJT8FJQ[/youtube]
[contacta] Marcar límites a los hijos [/contacta]