Una de las dificultades más temibles en el marco de las relaciones personales es el llamado Miedo Escénico.
Podemos definirlo como “la respuesta psicofísica del organismo (de estrés), generalmente intensa, que surge por pensamientos anticipatorios catastróficos sobre la situación real o imaginaria de hablar (o de exponerse) en público”. Nos inhibimos, se reduce la efectividad comunicacional e impide el despliegue de nuestras capacidades expresivas potenciales.
Las mil caras del miedo escénico
El miedo escénico incluye alteración de la normalidad en lo fisiológico, lo cognitivo (lo que pensamos) y lo conductual.
Algunos signos y síntomas son:
A nivel fisiológico: sudoración, alteración del ritmo cardiaco, malestar estomacal, urgencia urinaria, sequedad en la boca, nauseas, inquietud generalizada, tensión corporal …
A nivel cognitivo: confusión mental, autoexigencia, expectativa de fracaso, preocupación, exageración perceptiva de los errores, errores de concentración …
A nivel conductual: comportamientos automáticos, tartamudeo, alteraciones verbales
(como hablar muy deprisa, atropelladamente o bajo volumen de voz), evitación de acción, escape de la situación, ineficacia funcional …
Incluso podemos recurrir al uso de drogas calmantes o estimulantes, para sentirnos mejor. Estas respuestas de ansiedad tienden a aparecer antes de actuar en público, y durante, aunque nos encontremos frente a grupos que no nos muestran en forma alguna rechazo.
¿De dónde me viene?
Todo miedo puede tener una base real, una base ficticia/imaginaria o la combinación de ambas, que es el caso más común. El miedo escénico tiene base imaginaria, en la mayoría de los casos, ya que se produce debido a lo que pensamos, más que por la causa de un peligro real.
Es curioso que con nuestro entorno cercano, o con un número reducido de personas, este miedo no suele aparecer. Puedo dar un curso ante un grupo reducido, o hablar tranquilamente ante toda mi familia, aunque sea numerosa. Aquí nos encontramos en nuestra zona de confort.
Los niños pequeños no tienen ningún miedo escénico, tanto les da que les mire una que mil personas. Luego a los 6 o 7 años empieza a no gustarles.
Surge el pensamiento de sobresalir, de atención que nos prestan los demás. El famoso ‘qué dirán’ o ‘qué pensarán’ al hablar en público o al exponernos a los demás. También por la tendencia muy generalizada al juicio que va más allá del desempeño. Por ejemplo, un médico en un congreso debería ser valorado por el contenido de su conferencia, no por el peinado o traje que lleva.
Parece que hay un fuerte componente interno que influye en la experiencia de temor o incomodidad (lo que experimentamos en nuestro interior o “lo que interpretamos” frente a lo que sucede en el exterior). Son muy frecuentes la vergüenza, la timidez o los temores al fracaso, al rechazo y al ridículo.
Y ¿qué hago con esto?: Atravesando mi miedo escénico
A veces un conferenciante reconoce su miedo al principio de la charla, lo mal que lo está pasando. Esto suele crear empatia en el público (el otro se pone en mi lugar: “¡que valiente!)
Nos sentimos reconocimos/valorados por los que nos escuchan y esto automáticamente nos relaja, la situación deja de ser amenazadora. Pasamos del “fantasma interno” a la situación real que tiene un cierto nivel de estrés. Requiere de atención, concentración y buen hacer por nuestra parte. Pero “nos ajusta” y nos saca de nuestra cabeza a la realidad y al contacto con los demás, las personas con las que estoy interactuando.
Reconocer las propias limitaciones y miedos nos acerca a quien tenemos enfrente porque seguramente en algún momento también se ha sentido así. Es un sentimiento muy común, que toca con emociones y situaciones vitales profundamente humanas.
Si tienes que hacer una exposición y te aterra la idea de hablar en público, prestar atención única y exclusivamente al contenido de la misma puede ayudarte.
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