Hace unos meses escribí sobre la sabiduría del miedo. El miedo es una emoción a dignificar y hay que darle su lugar. Sin embargo, si es exacerbado e injustificado puede que nos perjudique mucho y distorsione nuestras vivencias. Además nos puede llevar a un excesivo control que nos aísle de los otros. La paradoja de todo esto es que en un mundo inundado por la corriente de “lo positivo” el miedo no es una emoción que cotice alto, y al mismo tiempo impregna nuestra sociedad de modos muy sutiles, en especial desde los medios de comunicación.
Ante la emoción del miedo hay dos formas opuestas de gestionarlo. Una es teniendo una actitud fóbica, con conductas de obediencia, calidez, sumisión y respeto excesivo por las normas sociales. La otra es manejándose con una actitud contrafóbica, es decir, enfrentándose temerariamente a lo que asusta sin conciencia del susto. Ambas son actitudes ineficaces de control y tienen que ver con lo que voy a comentar a continuación.
El miedo fomenta la indignidad
El temor es algo tan poderoso que nos puede hacer extraordinariamente sumisos. Ante poder perder lo que tenemos o el susto a ser castigados podemos comportarnos excesivamente complacientes y despojarnos de nuestra dignidad. Este tipo de estrategias suelen pertenecer a personas que han crecido con modelos de autoridad parentales muy duros, invasivos y exigentes. Una educación que normalmente confunde el respeto con el miedo.
Parece que hay una cierta sumisión social ante las injusticias que vemos a nuestro alrededor. La transformación del mercado laboral ante la crisis económica es un buen ejemplo, en donde las condiciones favorables y los salarios han bajado notablemente, y sin embargo la ciudadanía no ha respondido con la misma fuerza que la merma de sus derechos. Detrás está funcionando el miedo.
El miedo alimenta la suspicacia
Muchos de los grandes males que sufrimos (xenofobia, racismo, intolerancia) están comandados por el miedo. Se generan entonces conductas que se viven como defensivas pero que pueden ser terriblemente destructivas. Las guerras “preventivas”, la irrupción de líderes populistas, el uso libre de armas, las leyes restrictivas sobre la libertad de expresión, etc, son manifestaciones del mismo fenómeno.
Miedo y desconfianza van a la par. Tenemos miedo porque desconfiamos y desconfiamos porque tenemos miedo. El temor muchas de las veces puede estar detrás de la suspicacia, hay que mirar entonces lo que ésta está tapando. Pero reconocer(se) el miedo no es fácil, requiere de auténtico valor. Cuando se reconoce el miedo en uno, entonces todo comienza a ser más sencillo, damos el primer paso para que éste no nos impida vivir.
Lo contrario del miedo es el amor
“Ocúpate del reino del corazón y lo demás te llegará.” Claudio Naranjo
El objetivo principal de la psicoterapia es el autoapoyo. Y no existe mejor autoapoyo que restaurar la capacidad del amor en nosotros mismos. Por mucha terminología compleja que se use, cada vez creo más en que el trabajo del terapeuta es ofrecer su propio amor y compasión para que el paciente lo utilice para sí.
Se le atribuye a Freud la afirmación de que la salud mental es la capacidad de amar y trabajar, y siento que hay mucha verdad en eso. Si haciendo camino vamos trabajando en una actitud compasiva y amorosa hacia dentro y fuera, los miedos se irán disolviendo, pues no es posible trabajar el amor sin que el miedo vaya decreciendo.
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