El otro día hablando con una amiga que también es madre salió el tema de la conveniencia de reforzar o no a los niños con el famoso ¡Muy bien!
Esta expresión (¡Muy bien!) la escuchamos frecuentemente cuando las criaturas “hacen algo”. Pero, ¿favorecen la confianza del niño? ¿Promueve un concepto positivo de si mismo?
“¡Muy bien!” Esa aparente inocua expresión
Tanto las críticas (eres malo, insoportable, cansino) como lo elogios hacen que sin darnos cuenta pongan la mirada fuera, que sean dependientes de la valoración externa para sentirse valiosos.
De manera sutil, su valía es percibida a través de los ojos del los otros.
En lugar de aumentar su autoestima, hacen que disminuya la confianza en si mismos. Dificultamos la reflexión y la atención sobre cómo se sienten en realidad, sobre su experiencia subjetiva. Además, de desconcentrarle de la tarea que están realizando.
Decirles enérgicamente “¡muy bien!” es una manera de reforzarles, de “hacer algo” cuando cumplen nuestras expectativas. Esta manera de comunicarse con el niño tiene mas que ver con “hacer algo a él” que “hacer algo con él”. ¿Acaso hay que hacer algo a los niños? ¿Y si nos relacionamos con él como la persona que es?
Efecto de sobrejustificación : Motivación intrínseca y motivación extrínseca
Además de la influencia que los elogios constantes como el “¡muy bien!” tienen en su autoestima, también influye en la motivación para realizar tareas.
La motivación extrínseca se refiere a la influencia de la estimulación externa sobre una conducta. Por ejemplo, decir “¡muy bien!” a los niños cuando realizan algo que queremos o dar un premio.
La motivación intrínseca se refiere al deseo de realizar una actividad por el interés de participar en ella. No hay estímulo externo. Por ejemplo, pintar un dibujo por el placer de pintarlo y disfrutarlo sin importar el resultado.
Lepper et al. (1973) observaron durante una semana a un grupo de niños. Los clasificaron el tres grupos: G1 (se les dió material para dibujar), G2 (se le dijo que recibirían un premio cuando hicieran el dibujo) y G3 (no les dijeron nada pero cuando hicieron el dibujo se les dio un premio). Después de unas semanas, se volvieron a reunir y sólo en el G2 se observaron cambios significativos, en los cuales había disminuido su motivación por la actividad.
En conclusión, cuando se motiva externamente a largo plazo disminuye la motivación intríseca. Al instrumentalizar la relación se aumenta el riesgo de que disminuya el disfrute de la actividad por sí misma.
Por una relación verdadera
A veces tengo la sensación de que el “¡muy bien!” se convierte en la compensación de la falta de presencia. Es un “como si”. Como si estuviera disponible cuando estoy contigo pero en realidad no lo estoy. Como un sucedáneo de caricias, cuando en realidad lo que se necesita son caricias físicas, presencia y disponibilidad. Mírame mucho: presencia y atención en la primera infancia
¿Qué decir entonces? Nada, describir lo que vemos tal cual (“tu dibujo tiene muchos colores”), hacer preguntas, dar las gracias, sonreir… ¿Cómo mostramos afecto a un amigo/pareja/familiar? ¿Diciéndoles todo el rato lo bien que hacen todo y halagando constantemente? Y entonces, ¿por qué lo hacemos con los niños?
Es como si necesitáramos demostrar que somos buenos padres/madres, y los halagos o el “¡muy bien!” en público parece ayudarnos a ello, pero ¿no somos nosotros a su vez víctimas de esa valoración externa? ¿Qué hay que demostrar a quién?
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