Los asuntos pendientes, como ya decía en el artículo anterior, son una cuestión importante a tener en cuenta.
Los motivos pueden ser muy variados, en el artículo primero señalaba algunos, en este artículo voy a mostrar otros que también suelen ser frecuentes en la práctica terapéutica.
Asuntos pendientes ¿Cómo reconocerse víctima, sin caer en el victimismo?
Hay personas que se viven como víctimas y se quedan ahí atrapadas, sin capacidad de reacción, y, por lo tanto, dando poder a las personas de las que han sido o son víctimas.
Distinguir entre ser víctima de una situación y caer en el victimismo es muy importante.
Y es muy importante porque existe siempre el riesgo de no saber distinguir hasta dónde llega el ser víctima de una situación o persona y dónde comienza la responsabilidad de la víctima. A veces, el margen de responsabilidad es muy pequeño y hay que escuchar muy bien para darse cuenta de ello y no cargar a la víctima con lo que no ha sido su responsabilidad. Ya sea personalmente o como terapeuta, así se logra trabajar tanto el dolor de haber sido o ser víctima como las capacidades que nos permiten empoderarnos para no caer en el victimismo.
Cuando el perfeccionismo nos impide avanzar
El perfeccionismo, el ser muy legalista, también nos lleva a no resolver asuntos pendientes. Evaluar todos los conflictos con otras personas en términos de bueno-malo, correcto o incorrecto, nos incapacita porque nos genera una rigidez que no permite el diálogo, la flexibilidad necesaria con nosotrxs mismxs y con los demás para poder soltar esos conflictos y liberarnos de ellos. Eso no quiere decir que siempre sea así. A veces, la resolución de un conflicto pasa porque la persona que lo ha causado reconozca su error y no hay más. Ahora bien, eso no significa que no se pueda cerrar el conflicto por al menos una de las partes. Tomar la decisión de hacer un punto y final en una relación que no da más de sí es resolver una misma la situación y no quedarse a expensas de nadie: “si no nos encontramos, es lo que hay y no pasa nada”[1].
Un asunto pendiente muy habitual: cuando el dolor de una pérdida o una ruptura no podemos-queremos expresar
Otra de las razones de la incapacidad para despedirnos es la de no querer sentir el dolor que sentiríamos si dejásemos fluir la emoción por la persona muerta o desaparecida de nuestras vidas. Realmente el dolor en nuestra cultura tiene muy mala prensa. Parece que vivir es estar siempre alegre y contentx, y que quien manifiesta dolor tiene un problema y se le debe tratar como a un pobrecillo/a. No hay cabida para muestras de dolor. Los
espacios en donde socialmente está permitido están constreñidos a los cementerios y funerales. Eso sí, a las mujeres se nos permite expresar el dolor en muchas más ocasiones que a los hombres. En cualquier caso, es un no-valor tanto para ellas como para ellos; si ellas pueden expresar el dolor más a menudo es por ser considerado signo de debilidad y las mujeres, “ya se sabe”, “son más débiles”. En ningún caso se percibe en nuestra cultura, en el espacio público, el expresar el dolor como un signo de valentía o sencillamente de humanidad. Sería muy saludable para todxs que nos permitiésemos expresar el dolor cuando lo sentimos sin esa mirada reprobatoria o condescendiente que nos juzga.
Leer la primera parte de este artículo: Asuntos pendientes I
[1] Es el final de la llamada “oración Gestáltica”
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