Nos quejamos de nuestra vida, de nuestra pareja, de no tener pareja, del mundo, de los otros, de su desconsideración, de su incomprensión, de la sociedad y su funcionamiento, del trabajo, de la familia… nos quejamos.
La terapia es un espacio abierto para la expresión y la comprensión de nosotros mismos, de los otros y de nuestras dinámicas.
Es un espacio, por tanto, que se presta a la exposición de nuestro mundo interno, de nuestra manera de tratarnos y tratar a los otros, de los roles que jugamos en cada relación, en cada contexto y dentro de nosotros mismos.
De esta manera en terapia asoman todas aquellas partes nuestras que están atrapadas en la queja. Porque la queja, llegado un momento, nos atrapa.
Últimamente ando dándole vueltas al propósito y a las consecuencias de la queja ¿Qué es exactamente la queja? ¿Cómo, cuándo y porqué-para qué la usamos? Y cómo podemos salir de ahí.
Nos quejamos, definición:
- Expresar con la voz el dolor o pena que se siente.
- Dicho de una persona: Manifestar el resentimiento que tiene de otra.
Si atendemos a la primera definición podemos empezar a comprender el valor de la queja. Expresar el dolor o la pena que sentimos forma parte de los recursos saludables de los cuales disponemos para hacernos la vida un poquito más fácil. Nos puede proporcionar desahogo y alivio en primer lugar. Pero además, residen ahí, en este gesto de vulnerabilidad y apertura, muchos de los beneficios que nos otorgan los vínculos.
Cuando expresamos nuestro malestar, abrimos la puerta al otro para que pueda entendernos, comprendernos, acompañarnos y con suerte ofrecernos consuelo.
Sin embargo, cuando nos referimos a la queja, a las quejas de otros, porque nos son más obvias que las nuestras, solemos usarlo despectivamente o al menos juzgándolo como algo negativo. No es extraño que nos resulte pesado o nos genere rechazo escuchar a alguien que se mantiene atrapado en la queja. Y es aquí donde aparece la otra cara de la moneda.
La segunda definición hace referencia a expresar resentimiento, que podemos definirlo como un sentimiento persistente de disgusto o enfado hacia alguien por considerarlo causante de cierta ofensa o daño sufridos y que se manifiesta en palabras o actos hostiles.
Cuando la queja nos atrapa
El enfado o disgusto hacia alguien (o incluso hacia alguna situación), es saludable en la media en que nos avisa de que nuestros limites no están siendo respetados, o nuestras necesidades no están siendo satisfechas. Y esto nos sirve para asumir la responsabilidad de nuestro bienestar y buscar el cambio que necesitamos, ya sea poniendo límites o pidiendo ayuda.
En definitiva, el cambio, comienza por preguntarnos: ¿Qué necesito?¿Qué puedo hacer para cambiar esta situación, para llevarla lo mejor posible, para aceptar lo que no puedo cambiar y cambiar lo que sí está en mi mano? ¿Qué me puede dar el otro y qué no puede darme?
En todas estas preguntas hay un denominador común, hacerse cargo de uno mismo. Y esta es la manera de salir de la queja que nos daña, que nos deja inválidos, impotentes, exigentes, atrapados.
No siempre estamos preparados para asumir esta responsabilidad. Cuando la herida es reciente, cuando la carga nos ha dejado agotados, cuando no encontramos salida… permitámonos entonces quejarnos. Quejarnos como algo catártico, como algo valiente, como una manera de darnos voz y permiso de ser humanos, de encontrar confort y apoyo en otros. Después, démonos permiso de cambiar, de atrevernos, de poner limites y de pedir.
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