Tenía hace tiempo pensado escribir sobre las virtudes de la lentitud. Lentitud que justo me he permitido hasta que al fin he decidido escribir del tema.
Mi lenta planificación antes de redactar este artículo consistia en leerme un libro de Carl Honoré llamado Elogio de la lentitud para traer aquí mejores argumentos. Sin embargo el libro no me ha dado lo que yo esperaba, aunque sí me sirve para traer un fragmento que sirva de digna introducción:
“Ahora ha llegado el momento de poner en tela de juicio nuestra obsesión por hacerlo todo más rápido. Correr no es siempre la mejor manera de actuar. La evolución opera sobre el principio de la supervivencia de los más aptos, no de los más rápidos. [···] A medida que nos apresuramos por la vida, cargando con más cosas hora tras hora, nos estiramos como una goma elástica hacia el punto de ruptura.”
El virus de la aceleración
Desde la llegada de la Revolución Industrial en el S XIX, la sociedad occidentalizada ha apretado el pedal del acelerador. Vivimos en un culto a la velocidad donde lo rápido se asocia a lo bueno. Por supuesto no podemos negar que la mejora en la velocidad también nos ha traído mejores condiciones de vida. Pero la contrapartida es la enorme presión por ser rápidos y eficaces que nos hemos tragado sin digerir.
Aunque vivimos en un mundo de personalidades diversas, pareciera que desde esta cultura de la rapidez y del vivir “a tope”, se refuerzan más los caracteres extrovertidos y veloces que aquellos que tienen un modo más introvertido y lento. Aún independientemente del ritmo externo de cada uno, sin darnos cuenta todos tenemos internalizada la prisa y la rapidez.
La lentitud y el aburrimiento parecen penalizados. Corremos persiguiendo lo que deseamos y huyendo de lo que rechazamos. Vamos de un lado a otra persiguiendo una zanahoria que nunca terminamos de agarrar, dejándonos una sensación de vacío interno pese a que logremos todas las metas que nos proponemos.
La prisa en los proceso terapeuticos
“En Terapia Gestáltica estamos para impulsar el proceso de crecimiento y desarrollar las potencialidades humanas. No hablamos de felicidad instantánea, de avivamiento sensorial instantáneo, de curas instantáneas. El proceso de crecimiento toma tiempo.” Fritz Perls
Desde nuestra cultura de lo rápido también buscamos soluciones instantáneas a nuestras dificultades vitales. Al fin y al cabo es algo normal viviendo en este engranaje. Es común que quien nunca haya hecho psicoterapia (yo mismo cuando empecé) busque una solución casi inmediata a lo que trae.
El mercado se ha dado cuenta de esto y la red está cada vez más llena de lugares donde se ofrecen procesos exprés de “sanación”: sea a través de “fórmulas mágicas”, toma de sustancias o cualquier otro soporte. El abuso de psicofármacos responde a ese mismo patrón de búsqueda del alivio instantáneo. Desde la prisa a lo más que vamos a llegar es a reducir el síntoma, pero eso es pensar que por haber limado la punta de un iceberg dejaremos de chocarnos con él.
La eficacia de la lentitud
Vamos despacio porque vamos lejos
La realidad es que conocerse lleva su tiempo. La prisa nos impide pararnos, escucharnos y por tanto conocernos. Cualidades como la sensibilidad, creatividad e intuición son más fáciles de desarrollar en medio de la lentitud que de la vorágine.
Mi opinión y experiencia dice que los buenos procesos psicoterapeuticos se cuecen a fuego lento. La paradoja de la psicoterapia es que (por regla general) cuanta menos prisa tiene uno, más rápido va. Pues desactivando la prisa uno puede plantarle cara a su juez interior, que normalmente es bastante impaciente. Es por tanto importante (si no imprescindible) aprender a ser paciente con uno mismo en el camino del propio conocimiento.
Despido el artículo con una preci(o)sa canción sobre el asunto:
Bibliografía:
- Honoré, C., (2004). Elogio de la lentitud. Barcelona: RBA Libros.
- Perls, F., (2008). Sueños y existencia. Chile: Cuatro Vientos Editorial
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