Parece de sentido común pedir ayuda cuando la necesitamos y agradecerlo cuando la recibimos, pero no siempre sucede esto.
A veces queremos ayudar a alguien que no lo pide. Otras veces necesitamos de otros y nos cuesta pedir ayuda. ¿Cómo hacer entonces? ¿Qué está sucediendo? ¿De dónde viene todo esto que a priori parece tan sencillo?
Pedir ayuda
Cuando nos planteamos pedir ayuda, en el fondo nos estamos preguntado cuestiones tales como : ¿es correcto necesitar ayuda? ¿lo que me pasa se resolvería si alguien me ayudara? ¿a quién acudo?
No basta con que uno reconozca que tiene un problema. En función de las respuestas a las preguntas anteriores nos animaremos a pedir ayuda o no.
Necesitar ayuda nos coloca en una posición de carencia, de vulnerabilidad frente al ideal de omnipotencia. No está bien visto socialmente. En nuestra cultura se valora positivamente la independencia y la autonomía personal. Y eso en cierto grado está bien, y a la vez, en situación de necesidad, nos deja muy solos.
Tan importante es permitirse pedir ayuda cuando lo necesitamos como valernos por nosotros mismos y ser autónomos.
Ayudar a quien no lo pide
¿Para qué ayudar a alguien que no lo pide? ¿Desde dónde lo hacemos? ¿Qué pretendemos con ello? Ayudar a una persona que se niega a recibir ayuda o no quiere pedir ayuda es casi un acto de colonización del otro. En el fondo es muy invasivo.
Cuando ayudamos al otro sin preguntar y sin que la otra persona lo pida le infantilizamos. Como si la otra persona no tuviera capacidad de reconocer sus limitaciones y hacerse cargo de su vida y pedir ayuda. Cuando nos apresuramos a ayudar evitamos que sea el otro el que se haga cargo de si mismo. Desde ahí nos estamos poniendo por encima, favoreciendo una relación de dependecia que no beneficia a ninguno de los dos.
Además de todo lo anterior, cuando uno da tanto y ayuda tanto espera como mínimo todo eso que da. Nos llenamos de exigencia y exigimos al resto “estar a la altura“, dejando al otro en deuda. Este es el camino que lleva casi inevitablemente a decepcionarse en las relaciones.
¿El problema es que el otro no me da o que yo doy demasiado?
El arte de dar y recibir
¿Y si paramos el impulso de ayudar y escuchamos? ¿Qué pasaría si preguntáramos? ¿Por qué no mostrarnos vulnerables para sentirnos dignos de recibir ayuda? ¿Y si nos atrevemos a pedir ayuda?
Que uno se atreva finalmente a pedir ayuda no quiere decir que siempre se la vayan a prestar. Y a veces no siempre de la manera que uno exactamente necesita. Para ello hay que establecer un proceso de diálogo contínuo en el que vayamos expresando qué estamos necesitando. Los otros no son adivinos.
A pesar de las negativas (si las hubieran), siempre merece la pena seguir intentándolo. Necesitar ayuda está bien. Pedir ayuda cuando se necesita está bien. Ayudar a alguien que nos lo pide está bien. Y no estar diponibles para ayudar a alguien que lo pide también.
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