A priori, la sinceridad es un valor aceptado y del que muchos presumen. Sin embargo, practicarla de verdad no es tan sencillo como parece. Ejercerla implica un ejercicio de cierta desnudez y generosidad. Más en un mundo donde uno sale con una máscara puesta que cuesta quitarse.
El valor de la sinceridad
Sinceridad: Sencillez, veracidad, modo de expresarse o de comportarse libre de fingimiento. Diccionario de la RAE
Vivimos en una cultura que permite la deshonestidad y falta de sinceridad para escalar posiciones. Actuamos empecinados en querer ser como no somos y fingimos que nuestra vida es perfecta, más aún en la era de la imagen.
Pienso que hacer entre todos un mundo mejor pasa por tener la valentía de practicar cada vez más la sinceridad. Las relaciones honestas nos sanan. Pero ejercerla no es nada fácil, pues se trata de abrir el corazón. Sincerarnos hacia afuera conlleva primero hacerlo hacia dentro. Y para ello debemos de aprender a conocernos en profundidad: saber quienes somos, con nuestras luces y nuestras sombras.
¿Sinceridad o sincericidio?
Es frecuente escuchar a personas con tendencia agresiva presumir de sinceras. Pero muchas veces esa supuesta sinceridad va orientada a descalificar y juzgar al otro bajo el paraguas de la verdad. (Dicho sea de paso que no se trata de la verdad sino de su verdad). De hecho, la agresividad verbal injustificada es normalmente un mecanismo defensivo para evitar mostrarse al otro sin máscara.
El autor de este interesante artículo, hace una interesante distinción: “Sinceridad es hablar con la verdad; sincericidio es usar la verdad para provocar daño; a otros o a mí mismo”. La sinceridad parte de una comunicación al otro de la propia subjetividad, ya sean pensamientos, ideas o emociones. Pero solo es realmente sana si se ejerce con la intencionalidad de construir una relación honesta y no tanto para agredir o agredirme. No decir absolutamente todo lo que pienso del otro si sé que será destructivo no me convierte en hipócrita sino que estoy cuidando el vínculo.
Ser sincero no es decir todo lo que se piensa, sino no decir nunca lo contrario de lo que se piensa. André Maurois
En primera persona
Una de las cosas que me cautivaron en mi formación como gestaltista era el uso de la primera persona en la comunicación interpersonal. Hablando así estamos en verdad siendo mucho más honestos, veraces y claros. No es lo mismo decir “tú eres…” que “yo lo que siento es…”, pues sólo podemos ver a través de nuestra subjetividad. Hablando en primera persona me responsabilizo de lo que me pasa en vez de lanzarlo fuera. Sincerarse así nos hace abrirnos al otro de la manera más generosa posible.
La sinceridad sana es un regalo que hacemos. Desvelamos partes íntimas y enseñamos nuestra vulnerabilidad. Por tanto uno ha de cuidarse y elegir bien donde y con quien ser sincero. Por supuesto que la hipocresía no le hace bien a nadie, pero tampoco es demasiado adaptativo abrirse en cualquier contexto y momento a riesgo de cometer sincericidio.
Sinceridad y terapia gestalt
En terapia gestalt el concepto de sinceridad me lleva a hablar de transparencia. A diferencia de otras escuelas, en gestalt el trabajo es ponerse en relación de persona a persona. Los profesionales elegimos no ser pantallas opacas, sino que preferimos transparentarnos en la relación.
La transparencia, y por tanto la sinceridad del terapeuta, permite mostrar sus vivencias y emociones, dando un ejemplo de humanidad donde el paciente pueda reconciliarse con la suya. Claro está que los actos de transparencia-sinceridad del terapeuta sólo tendrán sentido si creemos que es el momento adecuado y que a la persona le servirá.
Como decía Guillermo Borja, “Ser terapeuta es ser persona“. Ofrecer un modelo de salud al paciente no es mostrarnos como personas impolutas que ya hemos resuelto todos nuestros conflictos, sino ejercer la sinceridad para enseñar nuestra humanidad, y por tanto nuestra imperfección. Es en la relación honesta y sincera del vínculo como se sana.
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