No puedo transmitir el valor que ha tenido la terapia para mí. No se puede. Puedo contaros todo lo que yo he experimentado, puedo volcar conocimientos útiles que he ido recogiendo en el camino, sin embargo, es difícil trasmitir un proceso personal lleno de matices, de subjetividad, de cambios en la manera de ver el mundo, en el sentir, en el recibir y en el vincularse (tipo de apego).
Una vez me dijo una amiga, casi parece que en otra vida, hay dos tipos de personas que hacen teatro. Las que no saben cómo sacar todo lo que llevan dentro, y las que no saben cómo canalizar todo lo que borbotea y se expresa a raudales a través suyo, a veces sin sentido ni dirección.
Me parece un buen punto de partida para explicar que la terapia es algo distinto para cada persona. Porque cada uno tenemos unas necesidades. Sin embargo, esta simple e ingenua clasificación solo muestra dos caras de una misma moneda: Cómo encontrar paz en mi manera de estar en el mundo. Es decir, re-conocerme, validarme, vincularme saludablemente, reflexionar sobre mis experiencias y sentimientos, permitir la espontaneidad, la autenticidad…
Tipo de apego
Bien, para todo esto y siguiendo esta improvisada clasificación quiero traer una humilde y breve recopilación de lo que puede necesitar cada persona en terapia, o en la vida, para sentirse más seguro, más tranquilo, más en paz y más vivo en definitiva.
Tanto aquellos que necesitan una herramienta de autoconexión, como aquellos que buscan una vía de escape a sus abrumadores sentimientos, necesitan (necesitamos) principalmente confiar. Confiar en el otro y en sí mismos (aunque es cierto que esta necesidad corresponde a ambos perfiles, las estrategias de protección, como veremos, son muy distintas).
Entramos así de lleno en la teoría del apego.
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Tipo de apego evitativo o negador
En este caso esa dificultad para confiar, principalmente en el otro, se traduce en una “autosuficiencia compulsiva” (Bowlby, 1969/1982). Esto unido a la necesidad defensiva de su propia valía ahuyenta toda idea o sentimiento que busque el apoyo, la conexión o el cariño de los demás. Por tanto, es difícil que se dé una intimidad autentica tanto consigo mismos como con otros. Sin embargo, es justo esto lo que se necesita, una conexión emocional autentica y segura. Los ingredientes que pueden facilitar esta conexión son:
- Abrirnos a la propia experiencia emocional. Saber que reconocer y expresar la propia angustia no tiene por qué traducirse en frustración.
- Permitir que el otro nos importe.
- Escuchar los sentimientos que el otro (que nos importa) tiene con nosotros, para poder integrar los propios.
- Permitirnos descubrir que la intimidad o la dependencia no supone automáticamente control, insuficiencia o rechazo. Esta idea hace que nos resulte más arriesgado necesitar ayuda y recibirla, que no encontrarla.
- Integrar nuestra propia vulnerabilidad, interdependencia y deseo de conexión sin que esto implique que el otro se vuelva desdeñoso, controlador o punitivo.
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Tipo de apego ansioso o preocupado
Este es el polo opuesto al apego evitativo, y como tal, la dificultad para confiar, principalmente en sí mismos, se traduce en una búsqueda constante de afecto, intimidad y conexión emocional. La necesidad de una conexión emocional autentica y segura se mantiene. Sin embargo, los ingredientes que pueden facilitar aquí ese vínculo seguro son muy distintos:
- Saber que la atención y el apoyo de los demás no depende de la expresión constante de nuestra angustia (desactivar la estrategia hiperactivadora).
- Permitirnos sentir que la independencia y la autoconfianza no conllevan automáticamente el abandono del otro, que tanto tememos.
- Poder cesar la hipervigilancia hacia los signos de desaprobación, alejamiento o rechazo del otro. Para acercarnos así, a la propia capacidad de equilibrio emocional, autoestima y confianza en los demás.
- Integrar las partes negadas como la fortaleza, la ambición, la capacidad y las necesidades relegadas por el miedo al abandono.
3. Tipo de apego desorganizado o irresoluto
Todos hemos tenido experiencias dolorosas, más o menos intensas, a lo largo de nuestra vida. Sin embargo, no es la experiencia en sí lo que puede afectar de manera más o menos estable a la personalidad, si no la falta de resolución con respecto a dicha experiencia. Es decir, en los vínculos de apego, que vivimos en la infancia, no solo hubo experiencias dolorosas, si no que faltó también un contexto seguro con el que poder afrontar ese dolor. Para facilitar la resolución de la experiencia dolorosa necesitamos:
- Suavizar las formas de sentir, pensar y relacionarnos que son extremadamente dicotómicas (todo o nada, blanco o negro, A o B)
- Cuidar nuestro cuerpo en lugar de desconectarnos de él.
- Generar una identidad fuera de los roles de victima, agresor, o rescatador
- Evocar el pasado doloroso en un vinculo empático que nos otorgue seguridad, ayuda y esperanza.
- Poder recordar y verbalizar las experiencias de los acontecimientos dolorosos en lugar de reexperimentar esos sentimientos en nuevos vínculos. Facilitamos así pasar de una sensación de impotencia a una creciente sensación de dominio.
En definitiva se trata de regular de manera saludable la interdependencia de la que todos formamos parte.
Wallin J. David (2012) “El apego en psicoterapia”.
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