¿Imperfección o perfección?
Miedo, postergación, ansiedad…me siento bloqueada, dispersa. ¿Qué me ocurre? ¿Será que estoy pretendiendo la perfección nuevamente? ¿Será que el miedo al fracaso me paraliza? No quiero decepcionar, ni decepcionarme. Algo interesante pasa aquí y me detengo un instante a analizar la cuestión: He dejado de disfrutar con el proceso, me estoy obsesionando con el resultado, mi creatividad ha huido espantada por la sombra de mi propia exigencia.
El ideal de perfección
De pequeños y adolescentes fantaseábamos con lo que queríamos llegar a ser. En muchos casos fuimos tejiendo sueños y esperanzas con lo que nuestros seres queridos esperaban de nosotros. Es así como construimos a medida que crecemos nuestro ideal de belleza y éxito, un ideal que engloba quienes tenemos que ser, y que tenemos que conseguir. La preguntas serían:
¿Quién tengo que ser para ser digna/o de amor? ¿quién debería ser para poder quererme?
Si la vida confirma que soy ese ideal, me sentiré radiante, sin embargo, si me frustra me hundiré en el lodo del fracaso, en la convicción de que no soy merecedora/o de ser querida/o. En ambos casos el poder para definirme ya no está en mis manos, sino fuera de mí, ya sea en las circunstancias o en otras personas.
¿Carrera o parálisis? ¿quién soy?
A veces la vida puede convertirse en una carrera desenfrenada cuya meta final es alcanzar ese ideal que hemos construido. Otras simplemente uno puede quedarse paralizado ante el terror de fallar, viendo como se escurre el tiempo, postergando, cayendo en bucles depresivos. ¿Soy o no soy ese ser maravilloso que pretendo? La búsqueda de la perfección absoluta lleva al estancamiento y a la eterna insatisfacción, además acarrea otra serie de inconvenientes:
La perfección tiene un alto coste
Lo perfecto no tiene derecho a ser vulnerable, a ser emocionalmente inestable, a tener miedo, a no saber.No tiene necesitad de hacer cambios para adaptarse, es inflexible, no puede fracasar. No tiene derecho a necesitar, ni a sentir, tiene que ser inquebrantable para ser amado, brillante.
Como no puede fallar, en muchos casos deja de intentar. No puede ser vulnerable, así que deja de sentir. No tiene derecho a necesitar, así que se desconecta de sí mismo. Niega su realidad para poder ser ideal. Parece que habláramos más de robots o dioses, que de nosotros, simples mortales.
Esto es agotador puesto que no está conectado con la verdad de un organismo vivo como es el ser humano, con necesidades e imperfecciones que emergen buscando equilibro, impulsando a la acción.
Además hay mucha soledad en la perfección. No muchas personas pueden alcanzarla, y el que la pretende se coloca en un lugar en el que como mucho tendrá como compañeros de viaje a otros dioses igualmente perfectos, exclusivos y solitarios. Además La perfección busca un cierto “estar por encima” y ser especial, y eso coloca a la persona en un pedestal en el que solo hay sitio para uno.
La búsqueda de la perfección es el camino de la soledad
Lo mejor es enemigo de lo bueno.
La persona que busca la perfección se identifica más con esa idea de cómo tiene que ser, que con quien en realidad es. Cuestiónate cuanto de condicionado es el amor que te tienes: “me quiero si soy esto o aquello”, “me quieren cuando…”
La verdad es que con nuestra condición de seres humanos, viene también el ser incompletos, estar castrados, ser vulnerables y eso es maravilloso pues nos permite colaborar los unos con los otros.
Más que pretender la perfección tanto en nuestros productos, como en quienes somos, sería buscar lo suficientemente bueno. Ser conscientes de nuestra imperfección nos coloca en una posición más realista, natural, orgánica, relajada. Disfrutando con el proceso y no tanto obsesionándonos con los detalles del resultado. ¿Quién dijo que la mediocridad era necesariamente horrible? Existen cosas maravillosas en la imperfección, como por ejemplo sentirse vivo y en contacto.
Estoy renunciando a mi incansable búsqueda de perfección, ahora puedo disfrutar siendo humana.
Puedes seguir aprendiendo sobre este tema en nuestro siguiente artículo: Sana imperfección: las ventajas psicológicas de la imperfección (II)