Violencia de Género, una lacra social
Todxs tenemos claro que el asesinato de mujeres a manos de sus parejas o exparejas, es una lacra social que se sigue dando cada año con cifras escalofriantes en nuestro país y en el mundo entero. Lo que no parece que esté tan claro es que en realidad es la punta del iceberg de muchos funcionamientos que son también violencia de género y que, por normalizados, no reparamos en ellos. En este artículo voy a señalar algunos funcionamientos (no todos) que, por normalizados, no se tienen en cuenta como parte del malestar que muchas mujeres tienen cuando vienen a consulta y que son manifestación de violencia de género. Desenmascararlos es tarea importante en la relación terapeútica, tanto al trabajar con hombres como con mujeres.
Antes de enumerar algunos de ellos, creo necesario explicar de qué estamos hablando cuando decimos “violencia de género”.
Con la palabra ‘género’ nos referimos al conjunto de creencias personales, valores, conductas y actividades que diferencian a hombres y mujeres, que se han ido construyendo, en primer lugar, en el proceso histórico que se desarrolla a diferentes niveles tales como el Estado, el mercado de trabajo, las escuelas, los medios de comunicación, la ley, las familias y a través de las relaciones interpersonales. Y, en segundo lugar, este proceso ha supuesto la jerarquización de estos rasgos y actividades, de tal modo que a los que se definen como masculinos se les atribuye mayor valor.
Este término ‘género’ aplicado a la violencia contra las mujeres fue definida en el artículo 1 de la Declaración de Naciones Unidas en 1993 como “todo acto de violencia basado en la pertenencia al sexo femenino que tenga o pueda tener como resultado un daño o sufrimiento físico, sexual o psicológico para la mujer, inclusive las amenazas de tales actos, la coacción o la privación arbitraria de libertad, tanto si se producen en la vida pública como en la privada.”
Por tanto, la violencia de género es unidireccional, la que sufren las mujeres por el hecho de ser mujeres. Esto no significa que haya otros muchos tipos de violencia, pero en este espacio me quiero centrar en algunas maneras de funcionar que, al producirse en la vida cotidiana, pueden llevarnos a no reparar en ellas para trabajarlas en el contexto terapéutico y que son claramente maltrato.
Funcionamientos de tipo coercitivo[1]
Intimidación: Implica un arte en el que la mirada, el tono de voz, la postura y cualquier indicador verbal o gestual pueden servir para atemorizar o reprimir.
Toma repentina del mando: ocupar espacios comunes, opinar sin que se lo pidan, monopolizar. El cortocircuito consiste en tomar decisiones sin contar con la mujer, en situaciones que la involucran y en las que es difícil negarse, como por ejemplo invitaciones en último momento de jefes, parientes, etc
Apelación al argumento lógico: Se recurre a la lógica (varonil) y a la “razón” para imponer ideas, conductas o elecciones desfavorables a la mujer. No tienen en cuenta los sentimientos ni las alternativas y suponen que exponer su argumento les da derecho a salirse con la suya.
Comportamientos de control:
- Insistencia en tener relaciones sexuales aunque no se quiera.
- Enfadarse sin que se sepa la razón.
- Acusación de que coquetea continuamente o, por el contrario, de que no cuida su aspecto.
Funcionamientos de tipo encubierto
Culpabilización de la mujer: Culpar a la mujer de cualquier disfunción familiar (con la consiguiente inocentización del varón). Descalificación de cualquier transgresión del rol tradicional.
Paternalismo: hacer las cosas “por la mujer” y no “con la mujer”.
Autoindulgencia sobre la propia conducta perjudicial para la mujer: se apela a la inconsciencia (“no pensé que te molestaría”, “no me dí cuenta”), a las obligaciones laborales (“no tengo tiempo para ocuparme de los niños”), a la torpeza (“no sé hacerlo”), a la parálisis de la voluntad (“no pude evitarlo”). Comparaciones ventajosas: se apela a que hay varones peores.
Supravaloración del trabajo del varón en detrimento de la valoración hacia la mujer: los problemas de él con su trabajo condicionan y son el centro desde donde giran toda las conversaciones y organización de la casa.
Desconexión y distanciamiento: falta de apoyo y colaboración; no comunicarse, no hablar.
Negación en la práctica, a la mujer, de su derecho a ser cuidada.
Maternalización de la mujer. La inducción a la mujer a ‘ser para otros’ es una práctica que impregna el comportamiento masculino: pedir, fomentar o crear condiciones para que la mujer priorice sus conductas de cuidado incondicional (incluyendo al propio varón), promover que ella no tenga en cuenta su propio desarrollo laboral y personal; acoplarse al deseo de ella de un hijo o hija prometiendo ser un ‘buen padre’ o al revés, convencerle a ella de tener un/a hij@ que él desea y desentenderse luego del cuidado de la criatura. Este tipo de maniobras, junto con la sacralización de la maternidad y la delegación de la carga doméstica (definiendo al varón solo como “ayudante”), son las más frecuentes sobre la autonomía de la mujer, al obligarla a un sobreesfuerzo vital (físico y psico-emocional) que le impide su desarrollo personal.
Devaluación de su identidad: creencias, ideas políticas, actividades…, no tiene en cuenta sus opiniones, no escucha sus necesidades.
Responsabilización de las tareas domésticas: por ejemplo, se enfada si las cosas no están bien hechas (ropa, comida, etc).
Es tarea de la terapia detectarlos tanto en hombres como en mujeres para poner conciencia y transformarlas en unas relaciones más equitativas y por tanto más sanas y saludables para todxs.
[1] Los funcionamientos los he seleccionado de Alberdi, Inés (2005): “Cómo reconocer y cómo erradicar la violencia contra las mujeres” en Violencia: Tolerancia cero, Obra social, Fundación la Caixa, Barcelona, pp. 10-82. Y de Bonino, Luis (1996): “Micromachismos: La violencia invisible en la pareja”. Disponible en: http//www.juntadeandalucia.es/institutodelajuventud/informacionsexual/ficheros/articulos/micromachismos.pdf.
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