Todos, en mayor o menor medida tenemos dolores infantiles que nos influyeron en nuestras experiencias posteriores. Y fue en la relación infantil con nuestros padres donde muchos de estos fueron originados. Claro está, que casi nunca pongo en cuestión que las heridas sean por falta de amor, sino porque quienes nos trajeron al mundo también venían con sus heridas infantiles y desde ahí lo hicieron como pudieron. Es por eso, que cada vez que nos toca pasar más tiempo de lo acostumbrado con nuestra familia de origen, se reactiven viejas heridas.
El viejo anhelo infantil
Pienso que ese antiguo dolor infantil se reactiva porque, en parte, estamos anhelando infructuosamente que las cosas, por fin sean como nunca fueron. Por eso creo que, entre otros factores, las Navidades en familia es una de las fechas que más remueven emocionalmente. Se nos cuenta que son días de paz, amor y comprensión. Y es desde esa idea de cómo debería ser la Navidad que lo conectamos con nuestra esperanza de que, lo que anhelaba el niño que llevamos dentro por fin sea dado. Cosa que no suele suceder porque mi familia es la que siempre ha sido y no la que yo he fantaseado.
Cuanto esfuerzo en vano por mediar y “educar” a mis padres para que no se gritaran, porque al final, frustrado y desesperado acababa gritando yo.
Entonces es cuando nos frustramos porque mi familia sigue siendo la que es y no la que mi alma infantil deseaba. Aparecen emociones como tristeza y rabia, acompañadas del esfuerzo de querer cambiar viejas dinámicas familiares por mucho tiempo asentadas. Lo paradójico de esto es que, aunque es desde esa frustración que hacemos de madre/padre de nuestros padres (cosa que, por cierto, nunca funciona porque es revertir el orden familiar natural), es ese niño interior carente y reactivo el que está tomando el control.
La familia, la prueba definitiva
“Si crees que estás iluminado, ve a pasar una semana con tu familia”. Ram Dass
Cada vez que paso más de cierto tiempo con mi familia, es para mi una importante lección de humildad. Es verdad que me siento satisfecho del camino recorrido y creo que he podido sanar ya muchas heridas infantiles. Pero cuando pasa cierto tiempo de convivencia, no dejo de sorprenderme lo difícil que sigue siendo para mi lidiar ciertas situaciones con serenidad. A veces lo consigo y otras veces vuelvo a mis viejos patrones, de manera que me siento como un adolescente enrabietado. Cuando veo eso en mi, toca respirar y mirarme con amor y compasión.
En un artículo anterior, navidades conscientes o falsamente felices, hablábamos de la importancia de la toma de conciencia en estas fechas.
Pasar de nuevo tiempo con la familia nos remueve porque nos pone en contacto con nuestra propia neurosis. Ya que, aunque es en las relaciones como sanamos, fue en las relaciones familiares como “enfermamos”.
Nuestro juez interior , aquel “Pepito Grillo” que nos culpa o que tiene una idea sobre como deberíamos ser, está formado por muchos introyectos familiares. Los introyectos son aquellas ideas sobre mí o el mundo que aprendí sin digerir. Es cuando paso más tiempo del habitual con la familia cuando, aunque uno lleve un tiempo de trabajo personal, esos introyectos que forman el juez interior de reactivan, generándonos una sensación de malestar y la percepción de que hemos vuelto a la casilla de salida.
La familia interior
Pero en lugar de intentar cambiar todo un sistema familiar esperando que mi familia sea la que no fue, puedo yo tomar la responsabilidad del autocuidado. Es de este modo como en vez de exigir ser reparados y esperar a ser atendidos en nuestros deseos infantiles, tomamos la responsabilidad de nuestro propio bienestar. Nos toca aceptar que muy probablemente lo que no fue ya no lo será. Hemos de aprender a lamernos nuestras propias heridas. Para ello, claro está, hace falta primero vivir el proceso de atravesar el dolor que nos supuso ser heridos en nuestra inocencia y no ser atendidos como nuestros corazones infantiles necesitaban.
Claudio Naranjo hablaba de construir una sana “familia interior” como respuesta propia a la neurosis familiar de origen. Se trata de ejercer el cuidado propio a través del automaternaje/paternaje y atender a ese niño interior herido, tal como hubiera necesitado en lugar de esperar a que otros se hagan cargo de él. Esto podemos hacerlo con apoyo terapéutico
Hay muchas maneras de hacer eso. Pero diría que lo fundamental es saberse escuchar y encontrar el propio límite a partir del cuál uno revive lo antiguo. Debemos saber donde está nuestro límite para no volver a caer en los automatismos antiguos, por mucho trabajo personal que uno haya hecho. Como más fácil podemos ponérnoslo es no solo cuidándonos, sino estar lo más atentos y presentes para no repetir ciertos automatismos biográficos. Volver a relacionarse con la familia siempre es una oportunidad también para aprovechar la revisión de lo doloroso para conocer más profundamente nuestro origen y transformarlo en autoconocimiento.
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