Hay una idea popular pero errónea sobre las emociones. Y es el asunto de clasificarlas en positivas o negativas. Cuando se establece esa categorización, viene a decirse implícitamente que tenemos que fomentar unas y evitar otras (unas son “buenas” y las otras “malas”). Pero ninguna emoción es mejor o peor que otra, ya que todas son adaptativas y cumplen con su función en un contexto determinado. Personalmente prefiero clasificar a las emociones como agradables o desagradables, ya que así nos ahorramos valoraciones juiciosas. El problema en realidad con las emociones desagradables no sería sentirlas en sí, sino nuestra relación con ellas. Nos contamos que no deberíamos sentir lo que sentimos, y eso en realidad agrava el problema. Usamos estrategias de evitación o de auto penalización de lo que sentimos, que, paradójicamente así es como acabamos aferrándonos a ellas. La emoción con mala prensa de la que hablaremos hoy es la vergüenza.
La función de la vergüenza
Ya hemos hablado de esta emoción en algún otro artículo de este blog. Como hemos dicho, todas las emociones por poco agradables que sean, tienen una función. La función sana de la vergüenza sería la autorregulación, ya que esta emoción puede ayudar a la persona a evitar conductas inconvenientes, inapropiadas o transgresoras. En su justa medida nos protege.
Para Norberto Levy en su libro La sabiduría de las emociones , la vergüenza está formada por dos personajes internos: el avergonzador y el avergonzado. Es el avergonzador interno el que nos culpa con malas palabras de nuestros errores y que señala al avergonzado. En la vergüenza desadaptativa, sentimos que hay algo malo en nosotros que conviene no mostrar. Es necesario salir de esa dialéctica en donde nuestro avergonzador aprenda a ser más amoroso y constructivo y se convierta en un aliado y colaborador del aprendizaje. Es así como como hacemos de esta emoción algo más adaptativo.
Penalización social y auto penalización de la vergüenza
La vergüenza, y en general todas las actitudes y emociones que van “hacia adentro”, están peor vistas socialmente. Es típico ver que al niño extrovertido y simpático se le aplaude y refuerza más, mientras que a los niños que tienen una tendencia más introvertida y vergonzosa se les señala públicamente su vergüenza. Eso por supuesto no hace sino amplificarla.
Así que cuando sentimos vergüenza podemos sentir o pensar que “eso no debería estar ahí”, ya que nos hemos tragado infinidad de mensajes sobre la inconveniencia de esa emoción. Esa es la experiencia del avergonzonamiento, que sería la vergüenza de la vergüenza. Nuestro juez interno no solo puede ejercer de avergonzador, haciéndonos sentir vergüenza, sino que además nos la penaliza. El avergonzonamiento es una emoción muy desagradable que deriva de nuestra mala relación interna con la vergüenza.
Aprendiendo a dejarme sentir
La vergüenza es una emoción compleja y social. Sentir vergüenza es algo profundamente humano. Dejarnos en paz con nuestras vergüenzas nos ayuda a ponernos más en paz con nosotros. Hablar de nuestra vergüenza con otras personas significativas es también algo muy reparador. De hecho, la terapia grupal es para eso de los mejores laboratorios posibles. Cuando uno, por ejemplo, habla de su vergüenza y se encuentra personas que se sienten identificadas con la experiencia, sucede algo muy curativo.
En terapia gestalt invitamos a que la persona se deje sentir la emoción que aparezca, sea agradable o desagradable. Es no evitando las emociones o no penalizándolas que aprendemos a relacionarnos con ellas más sanamente. Y el poder de la atención sobre las emociones y de la aceptación es muy potente y profundo. Es cuando atendemos una emoción y la aceptamos, que hacemos por relacionarnos mejor con ella. Cuando acojo mi vergüenza y la expreso, me ayudo a disolverla o a minimizarla.
¿Sientes que te bloquean algunas emociones desagradables y no sabes como gestionarlas? En Concienciarte podemos acompañarte, a través de terapia individual, presencial y también en formato online.
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